Un parto salvador
Lucía y Juan, salieron de su casa en Cornellà, temprano, a las ocho. La visita al Doctor Gimeno, ginecólogo del Hospital Vall d'Hebron, sería la última de las que habían hecho en los ocho meses anteriores. Los mismos que llevaba embarazada Lucía. El redondel prominente de su barriga hacía presumir que el parto de Dani estaba ya cerca.
–– ¿Vamos en metro, no?––preguntó Juan ––en coche a estas horas es un horror.
––Sí, sí. Las otras veces hemos llegado a la hora y perfectamente. Además que la línea empiece aquí para nosotros es estupendo. Y con asiento reservado para embarazadas me podré sentar. Al menos yo.
––Pues sí. Al menos tú––sonrió él.
Efectivamente la línea 5 conectaba Cornellà con el Hospital Vall
d' Hebron en un cómodo recorrido de unos 40 minutos. Muy puntual y de puerta a puerta.
Camino de la estación, muy cerca de su casa, Juan se rió de los andares de Lucía y besándola en el cuello, al ponerse a su lado, le sonrió:
––Pareces un pingüino caminando, cariño.
––Muy gracioso. Por cierto ¿has cogido una botellita de agua?
––Sí, sí. La llevo en el bolso––ufano de acertar con la previsión.
––Menos mal que me sirves para algo––bromeó ella.
Ya en el metro se sentaron al fondo del vagón. Les gustaba a ambos ese lugar y jugar como niños a imaginar las circunstancias personales de los pasajeros que iban entrando.
––Ese está de mal humor porque ayer perdió su equipo de futbol––comentó Juan al sentarse.
––Sí, fijo. Y esa señora seguro que es la enfermera jefa de traumatología del Hospital. Mira qué aspecto de jefa.
Y con ese juego empezó el viaje.
––El chaval de la sudadera va a atracarnos. Lleva una pistola en el bolsillo––siguió Juan.
––Te has pasado, tío.
––En serio, Lucía, lleva una pistola.
En eso el joven de la sudadera se puso en pie y muy excitado en medio del vagón enseñando el arma gritó:
–– ¡Atención todo el mundo!¡Esto es un atraco! Coloquen relojes y anillos en esta bolsa. Voy a ir pasando. El que no cumpla...
En medio de un griterío general, el joven delincuente siguió:
–– ¡Silencio y a la bolsa!¡Vamos!
En ese momento Lucía susurró a Juan:
––Dame la botella de agua. Rápido. Sigue mi rollo.
Él se la pasó asombrado.
Ella la abrió, derramó su contenido por el suelo, se puso de pie y señalando su enorme barriga empezó a gritar:
–– ¡Ah! ¡Ah! ¡El niño!¡Que viene el niño!
La supuesta enfermera de traumatología tomó el relevo:
–– ¡Un parto!¡Un parto!¡La señora está de parto!
En ese momento el desconcierto fue total. El ladrón empezó a suplicar:
––No, señora, por favor. ¡Ahora no!
A continuación, muy nervioso, aún con la pistola y la bolsa del no estrenado botín ordenó apuntando al techo:
–– ¡Un médico, un médico!¡Un parto!
Lucía pensó que era el momento de echar más agua y elevar la tensión:
–– ¡El niño!¡Que ya sale!
–– ¡Aguanta cariño!––gritaba Juan guiñando el ojo a su mujer––aguanta por favor, son solo unos minutos.
Dos médicos que iban camino a su trabajo, se acercaron corriendo, al oír los gritos del ladrón que corría por todo el vagón, pistola en mano.
––Somos médicos––dijeron.
–– ¡Rápido! Al fondo.Hay un parto.
El convoy hizo su primera parada y el ladrón aprovechó para saltar fuera, tropezando y maldiciendo.
Los médicos llegaron donde estaba la pareja, seguidos de varios pasajeros curiosos.
Encontraron a Lucía sentada en un charco de agua, abrazada a Juan.
––Nos has salvado, cariño. Bravo.
––No, Juan.Nos ha salvado Dani.Bravo por él.
Y siguieron abrazados agradeciendo, sonrientes, la explosión de aplausos emocionados.