Próxima estación: Macondo.

Rosalía

El conductor Buendía llega de nuevo a Sant Martí, atrapado en el eterno vaivén de su bucle infinito. Desde hace un siglo, el metro de Barcelona avanza sin descanso bajo la ciudad y Buendía está condenado a recorrerlo, sin descanso, junto a su esposa Úrsula.


Juntos reviven la historia, deslizándose a través del tiempo con esa serpiente de hierro que atraviesa, una y otra vez, guerras y dictaduras que oscurecen los túneles, mientras una lluvia interminable amenaza con anegar las vías. Testigos silenciosos del latido de Barcelona, también contemplan destellos de ilusión y belleza, como cuando la ciudad deslumbró al mundo con los Juegos Olímpicos. Y, entre arcenes y pitidos, ven pasar a sus descendientes, consumidos por el insomnio y el desamor; pero también asisten, maravillados, a las lluvias de flores amarillas que anuncian tiempos de esperanza.


Una noche, el conductor Buendía descubre a un pasajero obsesionado con las inscripciones misteriosas de un viejo billete de metro. Se trata de un joven de mirada inquieta, con ojeras profundas y manos nerviosas, que ha quedado también atrapado en los túneles mientras intenta descifrar las palabras desvaídas del billete.


“Estamos condenados a la soledad, a la fatalidad” – murmura. “¡Pero esto acabará! Todo está escrito. ¡Melquíades lo sabía!” – continúa. Y, como si el vértigo de sus propias palabras lo sacudiera, su presencia se diluye entre el traqueteo de los vagones, con el eco sordo de un metro que lleva un siglo repitiendo el mismo trayecto.


El conductor Buendía lo observa en silencio. No hace falta preguntarle su nombre: lo sabe, lo ha sabido siempre.


“¡Aureliano!” – grita, mientras el suelo tiembla bajo sus pies, como si el tiempo mismo se resquebrajara.


Y, entonces, entre el eco metálico de los túneles, una voz impasible anuncia: Próxima estación: Macondo.”


 


 

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