Un dia cualquiera

Principiante

Marc se miró al espejo mientras se secaba la cara como cada mañana. Era un día cualquiera y su rutina no iba a ser diferente.


En la cafetería se tomó un café con leche y agradeció a Marta, la camarera, por la invitación.


Desde allí, bajó a la estación del metro, que aún no había acumulado el calor húmedo de cada día. Como era el origen de la línea siempre tenía asiento libre y eran muchas paradas hasta el centro. En cada estación reconoció a bastantes de las personas que subían y bajaban. Era otra ventaja de ser un asiduo de la misma línea y a la misma hora. Sabía que lo mismo ocurriría por la tarde, cuando regresara. Veía como la mayoría de los viajeros miraba el móvil o escuchaba música con auriculares. Marc no tenía tarifa de datos, por lo que dependía de encontrar wifi gratis. El metro había puesto cargadores para el móvil, pero de momento nada de wifi gratis.


La megafonía repitió el aviso a los pasajeros de que vigilaran sus pertenencias para evitar un robo. Frente a él, unos turistas sólo reaccionaron al oír la grabación en inglés, apretándose a sus maletas y mochilas, como si de repente cayeran en la cuenta de que era una ciudad con los mismos peligros que todas las demás. En la cara de Marc, por el contrario, había una extraña sonrisa cínica. Pertenencias, qué lejos quedaba eso.


En la estación de Plaza España, subió aquel ecuatoriano que cada mañana vendía chupachups de sabores. En un runrún monótono, explicaba que era un inmigrante sin papeles y que hacía aquello para mantener a su familia hasta poder tener un trabajo normal. Mientras los viajeros seguían atentos a sus móviles, Marc lo miró directamente a la cara, de forma franca y el inmigrante le agradeció sutilmente el gesto, entendiendo que no iba a comprarle nada, pero que le reconocía el esfuerzo y el valor. En el fondo, pensó Marc, aquel hombre tenía más entereza y voluntad que él.


Un poco más adelante, se levantó del asiento para cedérselo a una mujer embarazada con una gran bolsa de la compra. Sabía que había otros viajeros, más jóvenes, que debían haberlo hecho, pero era una guerra perdida.


- “No, no, de ninguna manera, siéntese aquí” – dijo una adolescente con un piercing en la oreja.


Marc vio su asiento vacío y dudó sobre si volver a sentarse o quedarse de pie. No contaba con esto. Miró a la chica y al verla sonreír, se dejó caer de nuevo en el asiento. Este mundo no está tan mal como dicen algunos…


Al llegar a Universidad salió del metro. Afuera era otro día soleado de mayo con la misma mezcla de vecinos, oficinistas y turistas de siempre. Otro día para intentar ganarse el sustento. Saludó al dependiente del quiosco de prensa de la esquina, como siempre.


Ocho horas después, Marc inició su camino de vuelta. El día había pasado con altos y bajos y alguna que otra anécdota que contar a los amigos. No hubo nada especialmente relevante, pero tampoco nada negativo que llevarse de recuerdo. Un día bastante aceptable.


El metro de vuelta, como siempre, iba lleno y el calor era intenso y húmedo. Tras cambiar de línea en Torrassa, se quedó amodorrado tranquilamente contra la pared. Sabía que no podía pasarse de parada. El iba hasta el final.


Media hora más tarde, ya de noche, llegó a su destino, donde vivía.


Saludó al letrero que, indiferente, le daba la bienvenida, “Aeropuerto Terminal T1”.

T'ha agradat? Pots compartir-lo!