Erika

Lau F.

 16 años de lucha. Erika venía de otra ciudad, una a la que llaman la ciudad de la luz.


Venía con muchos sueños, con la incertidumbre de una nueva ciudad, quizás no tan nueva y desconocida como otras. Quién sabe lo que le depararía esa historia de amor que había empezado hacía un año, quién sabe como sería esa gran universidad a la que iba a empezar a ir. Ella solo sabía que era el inicio de una gran aventura en su vida.


La vida en Barcelona era frenética, nada comparada a su pueblo. No fue difícil encontrar un trabajo el cual poder compaginar con los estudios, pero no fue fácil comenzar.


Erika traía la ilusión de conocer a gente, de afianzar las amistades que ya comenzaron tiempo atrás en otro lugar, pero solo vino decepción tras decepción. En sus viajes de metro hacia el trabajo, no paraba de darle vueltas a todo. ¿Sería ella el problema? ¿Quizás había un abismo entre ella y los demás que no podía cruzar? Ella sabía de buena tinta que las dotes sociales no estaban entre sus mejores cualidades, pero siempre sentía la necesidad de caer bien, de agradar, y lo único que sentía dentro era el vacío.


Con el tiempo, se afianzó en su trabajo, se despidió de sus dudosas compañeras de piso, porque quizás el adjetivo compañeras les venía algo grande. Comenzó a vivir con su pareja y eso conllevó no solo una nueva etapa vital si no un cambio de zona, una línea de metro nueva, y otro espacio diferente donde pensar mientras iba al trabajo.


Puede que fuera la edad, el piso de 30 metros cuadrados o la pequeña plaga de cucarachas lo que hizo que buscasen otro nidito de amor. Esta aventura los llevó muy cerca de la Sagrada Familia, un privilegio que siempre recordarán con cariño. Y llegó también una nueva línea de metro.


Pasaba el tiempo, ella seguí con sus estudios, pero sabia a ciencia cierta que no era lo que quería hacer. Siguió en ese trabajo que al menos le permitía sobrevivir en la ciudad, pero también sabía que no era donde quería estar.


Pasado un tiempo, y con ansias ambos de mejorar, volvieron a cambiar de piso, y como no, de zona. No era algo que buscasen, simplemente iban adonde les llamaba el corazón, y obviamente la cartera. En aquel entonces, Barcelona aún no era la jungla que es hoy. Apenas había pisos turísticos, la gente podía vivir en sus barrios, y parece que el verbo especular aún no había poseído las almas de los propietarios.


Ese año estuvo marcado por dos acontecimientos. El primero fue el acabar por fin los estudios que había empezado 10 años atrás. No romantizaba el hecho de trabajar y estudiar al mismo tiempo, y no lo hizo, pero supo que por fin ese gran esfuerzo había dado sus frutos. El segundo acontecimiento fue la sensación de vacío que la volvió a acompañar, pero esta vez con otra pregunta que le desgarraban el alma y la autoestima: ¿y ahora qué?


Seguía cogiendo el metro, la línea roja que la acompañó desde que llegó a Barcelona, para ir a ese trabajo que la hacía sentir tan infeliz, tan infravalorada, donde se sentía atrapada desde hacía años.


Llegaron momentos muy felices en su vida, su boda, sus dos niñas preciosas , pero ella seguía sin encontrarse a sí misma. Quería creer en el cambio y empezó a luchar por él.


Sin más, un día llegó el milagro, la oportunidad de salir de ese pozo, de abandonar 16 infelices años en su trabajo. Unos ángeles lo hicieron posible. Volvió al barrio que la vio llegar, como si así se hubiese cerrado el círculo. Volvería a coger esa línea roja, pero ahora la llevaría a un lugar feliz.


 

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