El Reflejo en el Metro
Se perdía escalera abajo. Desaparecía de la acera y se adentraba en un espacio donde no se asomaba ningún rayo de luz. Sacó una tarjeta que había comprado hacía unas semanas, con viajes ilimitados para poder llegar a cualquier rincón de la ciudad. A alguno donde la esperasen, como a algún otro donde ni siquiera la mirasen.
Esa mañana ella decidió que sería un buen día para ir sobre las vías del Metro y no pensar en el destino. Sólo que el trayecto no sería idílico, ni siquiera aburrido. Corrió más rápido para bajar por las escaleras que la llevasen al andén. El pitido tan fuerte, anunciando que las puertas estaban a punto de cerrarse era como una metralleta de ideas, de recuerdos, de un ultimátum, de la posibilidad de dejar escapar ese tren y esperar al siguiente. Se cerraron las puertas en sus narices y vio que dentro de aquel vagón iba ella, pero un poco más guapa, algo más elegante, con un poco más de clase, algo más mujer. Era ella unos años después.
El tren se fue y ella se quedó congelada a la espera del siguiente conjunto de vagones que en menos de tres minutos llegaría. Se subió y no se sentó porque le gustaba ver la silueta de su cuerpo reflejado en el cristal que formaba parte de una de las puertas. Se veía reflejada en un tono oscuro y poco nítido. Le parecía suficiente. Se veía con aquella chaqueta ancha que la hacía sentir protegida, con los pitillos marcando sus fuerte piernas, su pelo despeinado a propósito porque sabía que era el peinado que más le favorecía, los cascos en sus orejas poniéndole banda sonora a su historia, a esa, que se ambientaba en una vieja cabina donde compartía espacio con desconocidos, con frías luces de escaparate, algunas fundidas, otras parpadeando. Entre las puertas y las ventanas había líneas de colores, unas sobre otras trazando trayectos conocidos o nunca antes vistos, destinos nuevos y algunos otros también viejos.
La canción que oía saltó de golpe a ritmo del sonido de ese pitido del Metro diciendo que las puertas en esa nueva parada estaban a punto de cerrarse. Cantaba Manel critcant a les noves modes de pentinats, una canción que no había oído antes, pero que le era familiar. Levantó la mirada con la intención de verse nuevamente en ese conocido espejo que había diseñado para ella. Esperaba ver si el mechón de pelo que le caía rebelde tapando una parte de su ojo derecho la hacía ver tan sexy como se pensaba, pero al otro lado, lo que vio fue diferente. Se reconoció con esa coleta tan perfecta, con la mirada tan perdida como siempre, con esa ropa de moda internacional gallega, con ese aire a juventud que de tan fresco ya no ha vuelto a respirar. Tan perdida como llena de miedo. Tan sola y tan contenta de saber que todo cambiaría al bajar en la siguiente parada. Por cierto ¿A dónde iba?