No fue el mar, amor: era una lágrima

Mardepalabras

Intentaba entrar en el tercer vagón, en el tren de menos cuarto, y solía salirme bien. Allí estaba ella, perdida, sin atreverse a mirar a nadie. Los libros agarrados con fuerza y apretados contra el pecho, como si de un escudo se tratase, decían que estudiaba historia del arte. Pero los que la delataban eran sus ojos, unos ojos azules en los que yo deseaba bucear como se bucea en el más profundo de los océanos, y que proclamaban a gritos su inocencia. Sus ojos y los rizos dorados de su pelo fueron mi perdición. Cambié el algebra y la topología por antropología e historia del cine, y tras dos trimestres y no sé cuántos exámenes de Matemáticas suspendidos, conseguí hablarle y que se me oyese la voz.


 


Alta y clara era la voz de su padre, cuando, pocos meses después, anunció que nadie, delante suyo, iba a ir detrás de la virtud de su hija. A ella la envió a Francia, y a mí al infierno. Y aunque yo volví de mi destino, ella no. O al menos, no la ella que yo esperaba. Deseé morirme, y desaparecí.


 


Hasta que mi corazón se seque...


Te borraré de mi memoria,


extirparé tu recuerdo.


Para mí jamás habrás existido,


no podrás decir que has muerto;


no, no tendrás ese consuelo.


No habrás besado mis labios,


ni habré sentido tu aliento.


Tu cuerpo nunca lo he visto,


mi amor por ti, todo un cuento.


Nunca jamás habrás sido,


no te he reservado el tiempo,


y en mi corazón no hay sitio.


Ni odio ni amor: vacío.


Hasta que mi corazón se seque...


 


No hace mucho, subía las escaleras del metro, bici en mano, con pantalón y camisa de aquél que no tiene trabajo, sudado y casi silbando, cuando nos encontramos de frente. Sus gafas oscuras, años ochenta, (¡como las de su madre, años ha!) no me impidieron adivinar que sus ojos miraban en otra dirección. Nos cruzamos, ignorándonos, y tras unos segundos me giré para observarla mejor; embutida en una falda rosa chillón,


demasiado corta para sus años, como si reclamase admiradores, la vi alejarse con pasos cortos. Yo, sonriendo feliz, aceleré los míos...

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