Siempre me han dicho...
Siempre me han dicho que el metro es un lugar de paso donde la gente se mueve por el simple hecho de ir de un punto a otro de la ciudad.
Pero no es cierto, el metro es un lugar vivo en constante actividad, un espacio que contiene miles de historias, pues recién cumplido su centenario, eso da para mucho...
Es cierto que en 100 años han cambiado sus vagones de madera por más punteros y espaciosos, las cartelerías que decoraban los andenes, antes mosaicos cerámicos y aún visibles si te fijas por encima de las marquesinas de la estación de Paseo de Gracia, por las de papel caduco o ya elementos digitales, hasta holográficamente en algunos túneles de la red. De igual modo los indicadores de antaño por pantallas electrónicas.
Está claro que el progreso genera cambios, pero no ha alterado su función primordial de llevarnos, ahora con una red de estaciones más extensa y en expansión, por toda la ciudad de Barcelona y alrededores.
Cuántas almas han pasado por los mismos espacios que ahora cruzamos. ¿Lo has pensado alguna vez? Y seguro que más de medio mundo también lo ha hecho, pues millones de turistas nos visitan cada año, por lo que quizás el transporte público sea uno de los espacios más concurridos.
Yo sin ir más lejos, el verano pasado subí al metro con los maoríes, si, no es ninguna broma. Quién pudiera imaginar hacerlo, pues ir sentado al lado de tan exóticos visitantes de más de 19.000 kilómetros de distancia; "World Race Cup", misterio revelado sin perder la magia del momento.
Es curioso como antes la gente se miraba en las esperas, dentro y fuera de los trenes. El que no, leía el periódico o un libro, por cierto, limitados ya en papel.
Ahora pocos observamos y cruzamos miradas, pues la gente “vive” absorta por la tecnología, permanecen como entes inertes, algunos ni pestañean y solo se ausentan de su sino para alzar la cabeza y pulsar el botón de apertura de puertas, a veces ni eso.
A mí me ha pasado que en algun trayecto alguien te mira como diciendo, ¡hola, yo también estoy aquí! o como “hola, ¿me ves? no soy invisible”, en fin, y va en aumento. De igual modo, somos pocos los que cedemos el asiento a las personas mayores o desvalidas que SÍ vemos, y que muchos no. Cada cuál, con su educación y conciencia, pero recordad que algun día lo necesitaréis vosotr@s…
El mundo cambia, no digo que sea todo malo, pero sí remarco que la evolución no está siendo sana y tiende a deshumanizar.
Elementos físicos positivos que se introducen en estos 100 años de Metro son la adaptabilidad de ascensores y rampas para personas de movilidad reducida o personas mayores, lo cual hace que puedan utilizarlo.
Considero que el transporte público antes era un espacio de cercanía y diálogo, un lugar donde se generaba tejido social, pero esto tristemente se ha perdido.
¿Has pensado cuántas parejas habrán salido, y roto claro está, ya sean reales o imaginativas? Lo de imaginarias me surge al escribir estas líneas porque todos en algun momento nos vemos atraídos por un físico, una elegancia o un perfume ya que el lugar, y la proximidad, invitan a ello, al menos para los que aún vemos y sentimos.
El Metro, en definitiva, es parte de todos nosotros y sin él, probablemente, moverse sería más caótico y menos ecológico.
Mis mejores deseos para otros, al menos, 100 años más que yo ya no veré, pero podrán disfrutar generaciones posteriores de las que espero que sí crucen miradas, se comuniquen, respeten a los viajeros más mayores y, que no se diga que solo es un lugar de paso.