Comprensión
Era una mañana cualquiera en Barcelona. El sol comenzaba a calentar las calles; el metro avanzaba en la oscuridad. Entre la multitud, un hombre de mediana edad llamado Carlos acompañaba a su pequeña hija, Sofía, hacia la escuela. Apretaba con ternura la mano de su niña, mientras se esforzaba por mantener el equilibrio en el vagón abarrotado. Sofía, por su parte, era una niña alegre, que veía el mundo con ojos llenos de inocencia, así como de asombro. A medida que avanzaban, el vagón se volvía cada vez más estrecho, con nuevos pasajeros subiendo en cada parada. Carlos intentaba proteger a Sofía del vaivén de los cuerpos que se apretujaban a su alrededor. De pronto, en un movimiento brusco, sintió cómo su hombro empujaba sin querer a una mujer de mediana edad. Era una mujer, con una complexión robusta, su rostro redondeado mostraba mejillas sonrojadas. La mujer, visiblemente molesta, le llamó la atención con un tono severo: —¡Oiga! ¿No puede tener más cuidado? ¡Me está aplastando contra la ventana! —dijo. Carlos, intentando mantener la calma, le respondió: —Disculpá, señora, no fue mi intención. Es que no tengo espacio. La mujer, sin embargo, no pareció entender del todo de sus palabras o su tono. Con una mirada de reproche, replicó: —Pues tenga más cuidado. Carlos sintió un nudo en el estómago. No era la primera vez que su acento generaba una reacción incómoda. Aun así, intentó explicarse de nuevo: —Estoy acá con mi hija y es un quilombo moverse. La mujer, interpretando sus palabras como una excusa, respondió con firmeza: —Eso no es justificación. Hay que ser más considerado con los demás. La discusión se intensificó, aunque ambos hablaban en castellano, las diferencias en el acento y las expresiones parecían crear un muro de incomprensión entre ellos. Los demás pasajeros, testigos de la situación, comenzaron a murmurar. Algunos apoyaban a la mujer, diciendo que Carlos debería haber sido más cuidadoso. Otros, en cambio, defendían a Carlos, argumentando que en un metro tan lleno era imposible no empujarse. —¡Déjenlo en paz, no fue su culpa! —gritó un joven desde el fondo del vagón. —¡Pues que se disculpe como es debido! —replicó una señora mayor. El ambiente se volvió tenso, lleno de habladurías y comentarios. Carlos sintió la presión. Miró a Sofía, quien lo observaba con ojos atentos. No quería que su hija lo viera perder la calma. Suspiró, luego decidió no seguir discutiendo. Cuando llegó a Lesseps, tomó a Sofía de la mano y se bajó del metro. La niña, que había permanecido en silencio durante todo el trayecto, lo miró con curiosidad. —Papá, ¿por qué esa señora estaba enojada? —preguntó Sofía con inocencia. Carlos se agachó para quedar a su altura y le sonrió con ternura. —A veces, la gente se enoja por cosas que no podemos controlar, mi amor. El metro continuó su recorrido, llevando consigo las historias con las reflexiones de cada uno de sus pasajeros. Sofía llego a la escuela, listos para comenzar un nuevo día, llevándose consigo una lección sobre la importancia de la comunicación empática en un mundo lleno de diferencias. Aquel viaje en la línea 3 no solo fue un trayecto más, sino una experiencia que me hizo reflexionar sobre la importancia de la paciencia, la comprensión de los otros. Sofía, por su parte, aunque no entendía del todo lo que había pasado, guardaba en su mente unas palabras que me oyó decir en ese batiburrillo de voces y empujones: "Lo importante es tratar de comprender a los demás".