ENCUENTROS

Júlia Canel

Era lunes, y a esa hora de la mañana toda la ciudad de Barcelona se movía rápido, agitada por la lluvia primaveral que caía incesante obligando a los transeúntes a buscar cobijo.


Guillem acudía en metro como cada mañana a sus clases en la Facultad de Bellas Artes. En la parada de Diagonal tenía trasbordo y en ese recorrido observaba a la gente con la que se cruzaba. Le gustaba retener en su memoria rostros de desconocidos que luego inmortalizaba a lápiz en blanco y negro.


Atravesaba la estación sumido en sus pensamientos cuando escuchó el sonido suave que emitía un instrumento, tocado por manos expertas desde uno de los rincones. Se detuvo a contemplar la escena con sus ojos de artista, diseñando en su mente el dibujo que aquella tarde haría en su cuaderno.


A Bohrán le gustaba tocar en su violín música tradicional de su país si los días eran grises. Hacía ya un año que había tenido que salir de Ucrania huyendo de la guerra, dejando atrás la destrucción y el miedo. Sus recuerdos estaban llenos de escenas familiares en Járkov, jugando con sus nietos, o cantándoles canciones al calor de la chimenea en los duros inviernos del país del Este.


Gracias al Consulado había conseguido un trabajo, pero decidió armonizar sus mañanas para sacar un dinero extra de la solidaridad y entregarse a la música que tanto amaba. Ese día había elegido esa estación de metro por su gran tamaño y afluencia de gente, donde veía pasar decenas de rostros anónimos que apenas se percataban de su presencia, corriendo como flechas disparadas al aire hacia ningún objetivo, con sus ropas empapadas.


Soñaba, absorto en su sinfonía, que un público inexistente llenaba un auditorio abarrotado, deseoso de aplaudir y de admirarle. Recordaba con nostalgia los conciertos que había dado junto a su grupo de amigos antaño. No se percató que un chico se había quedado inmóvil, escudriñando cada nota.


Desde el otro lado de la estación, una mujer bien vestida, que caminaba azorada sobre altos tacones y llevaba un ordenador portátil y un portafolio lleno de documentos, se afanaba en buscar la salida.


Olivia llegaba tarde a su nuevo puesto de trabajo como responsable financiera en una multinacional del centro de la ciudad. Renegaba de su suerte por llover el primer día. Bajó de la línea azul y se apresuraba hasta Passeig de Gracia en dirección a su nueva oficina.


Mirando en su Iphone la hora una vez más con nerviosismo, no vio al joven que estaba de pie en mitad de su camino. Chocó con él y todos los documentos de su portafolio cayeron al suelo. Guillem se agachó rápidamente a ayudarla y observó en su rostro una expresión de angustia. En ese momento muchos curiosos alrededor detuvieron su camino, algunos ayudaron. Olivia no podía reprimir su enfado.


Y entonces Bohrán comenzó a tocar nuevas notas, que se deslizaban entre los presentes llamando su atención e  impregnando la sala de la calidez que un lunes como aquel necesitaba.


Poco a poco todos giraron la cabeza en su dirección, dejándose acariciar por la suave melodía.


Cuando Bohrán terminó y alzó la vista, descubrió a un grupo de personas que le observaban, complacidos. Todos guardaban silencio.


Al fin, Olivia dijo en voz alta con una sonrisa: - Gracias.                                                                             


Y un coro de aplausos inundó la estación, silenciando la lluvia que caía en la calle.  La parada de metro Diagonal se había convertido en un sonoro escenario, un plató improvisado, un punto de encuentro. 


 

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