ZAPATILLAS AZULES

Mila Wistuba

Basado en situaciones reales, vividas en el metro de Barcelona.


Qué tentación por quitarme treinta años e ir con la pandilla que salía de fiesta. Iban maquilladas, demasiado maquilladas para su tierna edad. No pasarían de los dieciséis según mi timorato punto de vista. Una de ellas vestía de reina, como ataviada con la elegancia de un bazar chino: tiara y banda plateadas, y a falta de cetro, la barra de metal de la que sujetaba su ingenuidad. Las demás, con una mano se prestaban el brillo para labios y con la otra se rebajaban las minifaldas. Supuse que lo harían para no develar más allá de lo decente, en especial, frente a un grupo de chiquillos que se rifaban las miradas y el turno sobre una lata de cerveza que su líder coló al vagón escondida en la chaqueta. ¿Qué puede ser más importante a los dieciséis que gustarle al chico o a la chica de tus sueños? Sentí envidia de su frescura, incapaces de sospechar qué facturas podría pasarles la vida por debajo de los años. Pero, la verdad, ¡me meaba!


 


Al llegar a mi estación la gente salió en tropel en cambio yo a duras penas logré caminar, así es que me senté deseando recuperar el control sobre la vejiga. Cuando el andén se despejó vi a un hombre de mi edad, más o menos, que no subió al tren. A juzgar por el movimiento de sus brazos escuchaba música festiva. Era atractivo y de aspecto juvenil, casi recién salido de la ducha y perfumado para el baile. Llevaba jeans agujereados, zapatillas azules y los tobillos desnudos. Me descubrió mirándolo, ante lo cual dijo en tono de disculpa: “Es mi cumpleaños, perdón por estar fumando aquí… estoy muy borracho” agregó mostrando una bolsa plástica con dos botellas de cerveza escondida tras su espalda. ¡Felicidades! “Afuera está lloviendo”, se justificó señalando hacia el cielo, como recogiendo gotas en el cuenco de una mano. ¡Ah, felicidades, felicidades! “¡Gracias! Un día más en este hermoso planeta”, contestó con una sonrisa desdentada y ojos de chiquillo. Desde su cuerpo salía una alegría sonrosada, un confeti imaginario que se irradiaba sobre el hueco del andén. ¿Será verdad que este hombre está agradecido? Pensé. Me hubiese gustado acercarme, saber más de él, preguntarle cómo ha discurrido su vida, para acabar festejando en ese andén un viernes por la noche bajo la lluvia barcelonesa… quizás podría enseñarme algo, pero ¡me meaba!


 


Ojalá pueda encontrarlo otra vez.


 

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