Encuentro en jaque

Los Wladimir

Nos miramos. Dos jugadores ante el tablero de ajedrez. Extraño, porque ya nadie mira en el metro, ya nadie se mira. Las cabezas han pasado a mirar hacia abajo, pantallitas caprichosas que anteponen sus reclamos a todo lo demás. Nos miramos, nos sorprendimos mirándonos. Movimientos de peones que se descartaban del tablero. Miramos alrededor pero nadie nos veía. El ensimismamiento los alejaba. Nos reconocimos torpes en esa lengua arcaica y ya en desuso, la de las miradas fijas y furtivas, dialogantes, ansiosas y esquivas. Enroque, se barajan nuevas jugadas. Pensé en lo fácil que es decir “hola” en una aplicación a un desconocido. Mi desconocido del metro me miraba y yo no podía decir “hola”. Habían anunciado “Urquinaona”. Me quedaba el tiempo de una única parada. Una jugada decisiva. Solo una para continuar este relato o dejarlo aquí, fugaz y efímero, como un apunte de historia fracasada.


Este pensamiento me animó. Me acerqué, mientras la grabación anunciaba “Catalunya” yo le dije mi nombre. Me sonrió y deslizó el suyo. Casi como un jaque, una última jugada. Y en un vals tácito nos apeamos. Valiente, amante de las nuevas experiencias, analógico, curioso… tenía ya su perfil sin haber tocado el móvil. Caminamos por los pasillos para salir, hora de autóctonos sin turismo a la vista. Reina y rey parecían buscarse. En dos minutos teníamos más emoción en el cuerpo que en el chateo de un día entero con un desconocido interesante. Las posibilidades como contrincantes parecían equilibradas.


Al salir a la superficie, caminamos hacia la plaza de Cataluña, el suelo húmedo resbalaba en toda su circularidad. Pensé que en ese instante transcurría toda una vida. Me precipité e imaginé un futuro compartido. Dejar la partida latente e irse a tomar un café, antes de entrar a trabajar. Moví ficha y lo propuse. Aceptó. Pude dejar a mi mente sospechar, escenificar circunstancias futuras. Una partida abierta sin final, donde el movimiento de piezas no acabara en “mate” sino en un baile acompasado. Y ya con la taza humeante delante, mi imaginación se lanzó sin paracaídas: podría contar un día a nuestros hijos que nos conocimos en el metro de Barcelona. 

T'ha agradat? Pots compartir-lo!