Una Línea Llamada Pasión

Adelythe Wilson

Mucha gente piensa que no tengo alma, pero eso no es cierto. Siento a cada uno de mis pasajeros. Vivo cada uno de tus viajes. Soy ese compañero discreto que acompaña las trayectorias de vuestras vidas. Puedes pensar que simplemente estás caminando por mis pasillos, usando mis trenes para llegar del punto A al punto B, y sin embargo, cada movimiento en mi red escribe la danza de tu destino.


Conoces mis líneas, mis paradas, mis asientos y mis anuncios. Conozco vuestros nombres, vuestras caras, vuestras emociones, vuestros viajes. Juntos formamos una gigantesca red subterránea de almas felices, tristes, amorosas, cansadas, emocionadas, doloridas, jóvenes, viejas, esperanzadas y sin aliento. Recuerdo a todos y cada uno de ustedes. Pero hoy voy a hablaros de esta mujer, que podrías ser tú, tu hermana, tu vecina o tu pareja. Cada una de ellas tiene una historia única, pero todas han compartido esta línea que se hace llamar Pasión.


Comienza tarde una noche, después de unas copas, o quizás en una tarde soleada. Me toma para encontrar a este hombre que acaba de conocer. Está terriblemente emocionada por este nuevo capítulo en su vida.


Unas semanas después, aquí están juntos en mis pasillos. Llevan cosas de un piso a otro. En el carruaje intercambian besos, al principio tímidos, luego cada vez más apasionados, y provocan sonrisas irónicas y miradas de enfado.


Pasaron algunas semanas y aquí esta ella de nuevo, sola esta vez. Su rostro está surcado por ojeras y su mirada apagada por el cansancio. Hablan casi todas las noches y ella sólo duerme unas pocas horas. Aún no se ha enterado de que esta relación no tendrá un final feliz.


En cada uno de sus viajes, lo que para los demás pasajeros parece imperceptible, para mí resulta evidente: él la está devorando. Lentamente, se propone destruir cada ápice de confianza que tiene en ella. Veo los reproches susurrados, las amenazas silenciosas, los pequeños moretones ocultos y la ansiedad que crece en su interior.


Ella y yo tenemos un pacto: le ofrezco un corto espacio seguro durante sus discusiones. En mi recinto supervisado él sabe que tiene que contenerse y no tocarla. Porque como todos los abusadores, es plenamente consciente del daño que le está haciendo y de los riesgos que corre al hacerlo en público. Solo es una "tranquilidad" fisica temporal.


Siento su nerviosismo cuando va sola al hospital para una ecografía, luego cuando regresa sola porque a pesar de las contracciones el parto no ha empezado, y para castigarla por haberlo hecho moverse para nada regresa en un taxi y la deja caminar.


La acompaño cada semana de ida y vuelta a ver al psicólogo que, poco a poco, va deshaciendo los nudos que ha hecho en su cerebro, para darle la oportunidad de evadirse mientras aún pueda. A veces consigue encontrar un trabajo y un nuevo piso, y huye con lo que puede lejos de él. A veces tiene niños muy pequeños, a veces son mayores. A veces es al médico, al que acude periódicamente.


Lo que más me gusta, por supuesto, es su alivio cuando regresa del juicio. El viaje de regreso es tan eufórico como angustioso es el de ida. Ahora puede estar segura: otros además de mí la vieron, la creyeron y su calvario finalmente terminó. Ahora se acaba la línea injustamente llamada Pasión, y empieza aquella que llamamos Libertad.

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