EN EL METRO CON NURIA
Fue como una imagen difuminada, o distorsionada (tal vez ambas cosas a la vez) por el hábito de entrar sin mirar. Dicho de otro modo: fue una imagen borrosa que sólo se percibe a posteriori, como si fuera más una intuición que una realidad material. Pero una fracción de segundo después, casi un instante no mesurable, sentí la chispa en el pecho. ¡Nuria!, dijo mi voz interior.
Ella no me vio; o tampoco se fijó en mí por la rutinaria costumbre de mirar y no ver a las demás personas; los otros y las otras pasajeras casuales, que tan sólo son individuos ocasionales en un viaje o en el momento de acceder al vagón del metro.
Vi su largo cabello rubio, sus pasos largos; su gabardina beige claro, el paraguas balanceándose a cada paso atlético. Cambié mi destino y me puse a seguirla en un zigzag inaudito, en medio de los cuerpos que atestaban el pasillo del enlace entre la línea tres y la línea uno. Ella llegó a la escalera recién reformada, tres pasos por delante de mí.
«¿Nuria?», dije, más cómo una afirmación que como una pregunta. Ella siguió subiendo los peldaños. ”Nuria...", repetí. Entonces volvió la cabeza, frenando la ascensión. Un instante..., aquella época. Los sentimientos del pasado. Aquellas emociones...
—¡Ay, ¿eres tú? ¡Alfredo..!
—Sí. Nuria... ¿qué haces aquí? Alguien me dijo que es estabas en Ankara; que habías marchado para casarte allí.
Nuria dibujó una sonrisa que en las comisuras se hizo reveladora de desengaño, frustración, tristeza...
—Volví hace seis meses. ¡Ay, Alfredo, me alegro de verte! —puso su mano sobre mi antebrazo— ¿Qué tal tu vida?
Escruté su rostro, aquellas cejas perfiladas, su frente con los rizos rubios, los ojos azules como el mar en una mañana de mayo, los labios gordezuelos.
—Bien... bien...
—Oye, tengo tantas cosas que contarte... Hemos de quedar; ahora tengo prisa.
—Por supuesto, sí. Otro día —dije.
Se acercó y me dio un beso en la mejilla. Recordé aquel otro beso, aquella noche, en la salida de la boca del metro, junto al parque de la plaza de Sants. Aquella otra vez... El beso de sus labios en los míos. Mi miedo, como ahora... incapaz de articular o hacer otra cosa que mirar la profundidad de sus ojos claros.
El convoy llegó; las puertas se abrieron. Otros entraron. A ella la vi entrar también.
Cuanto la puerta automática se cerró después del silbato, pude ver cómo su mirada me buscaba, primero en el andén opuesto; luego en la escalera puente. Cuando me localizó, nuestros ojos se fijaron uno en otra... había algo desesperado en su rostro; en el mío un dolor, y un vacío...la pérdida, de nuevo.
Ninguno de los dos, después de los años, tenía el número de teléfono del otro, la dirección... ¡nada!
Impasible, el metro partió tragado por la oscuridad del túnel. Sentí un agujero inmenso como la noche estelar en mi pecho.
Permanecí unos minutos sin poder moverme, allí en aquella pasarela nueva, sintiéndome yo viejo, cansado, derrotado de nuevo en la misma línea de Nuria. ¡Adiós, amor mío!, susurró mi pensamiento.