Previsión de tormenta

Aimaish

Veía borroso.


Esperaba en el andén, como solía hacer todos los días. Aquel momento matutino se había vuelto tan cotidiano que apenas alcanzaba a ver borrones caminando. Sin embargo, aquellas manchas formaban más parte de ella de lo que hubiese querido. Al final, las nubes eran la esencia de la tormenta.


Sentía que podía controlar la tempestad, había creído durante mucho tiempo que aquel era el único don que se le había concedido. La había notado en su interior desde que amaneció aquella mañana. La había retenido incluso al entrar al metro. Los pitidos que anunciaban el cierre de puertas se le presentaban como truenos, pero nunca acompañados de luz.


Aquellas tormentas eran siempre oscuras, lejanas y solitarias.


Entró al vagón con la cabeza gacha, mientras sus ojos amenazaban una lluvia apática. Los borrones que la rodeaban se volvieron estáticos, pero no supo decir por qué. Lo único que sentía moverse era el vendaval que se arremolinaba en su pecho.


La contuvo y notó cómo el violento viento que la azotaba rugía demandante de libertad. Ella sabía bien que no debía dejarla escapar, la tormenta hacía más daño fuera que dentro.


No había finalizado el trayecto, pero salió de nuevo al andén. Aquel día tuvo dificultades para calmar la tormenta. Supuso que incluso los superhéroes más fuertes tenían debilidades, aunque la suya fuera ella misma. Se sentó y observó a los borrones correr mientras dejaba escapar a aquellos feroces vientos. 


Ninguno se detuvo. Era lo que solía pasar en un andén en el que nadie mira, pero todos ocultan.


Cerrando los ojos, logró escuchar los truenos, como voces apagadas y lejanas. Las primeras gotas habían comenzado a caer, ya no había vuelta atrás. Se desmoronó, dejando escapar la tormenta que seguía vibrando incluso en aquel mar de lágrimas que la había consumido.


Se abrazó sola en aquella oscuridad, ahora era incapaz de ver nada. Había creado aquel don con la esperanza de que nuevos vínculos florecieran. Sin embargo, había sido la misma tempestad la que había arrastrado sus antiguos lazos. Incontrolable y voraz.


Lo único que fue capaz de sentir fue la vibración del suelo al llegar cada metro. Cuántas vidas eran capaces de dar comienzo a un nuevo viaje. Cuánto entusiasmo era capaz de cargar cada vagón. Cuántos recuerdos olvidados permanecían en las paredes de aquel tren. Ella había olvidado el significado de todo aquello. 


Tan solo era capaz de pensar en la forma en que la tormenta le anudaba la garganta. En cómo, incluso las lágrimas, se desprendían de ella. Notó el comienzo del vacío que dejaba en ella la tempestad.


Y lloró, porque sintió que nada ataba ya la tormenta a tierra.

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