Sinfonía subterránea
Sinfonía subterránea
Una bocanada de aire húmedo y denso me recibe al bajar las escaleras mecánicas. La ciudad se queda atrás, allá arriba, con su cielo plomizo y su asfalto mojado, mientras me interno en las entrañas del metro. El rugido se aproxima, se siente antes de verse, es como un latido subterráneo que trepida a través de las baldosas del suelo. Una ráfaga de aire me sacude el rostro mezclado con aromas corporales. Oigo murmullos, conversaciones a medio ahogar, son las siete de la mañana y los cuerpos se acumulan en el interior con impaciencia y resignación.
Subo al vagón en Llucmajor, las puertas se abren y comienza la danza del empuje. Caras impasibles, ojos fijos en pantallas frías, gestos mecánicos de quien ya ha hecho este recorrido mil veces. Cuerpos que se deslizan, que se aprietan, que buscan un rincón donde encajar. Respiro con dificultad entre anoraks, sudaderas y mochilas atrapado en esta cápsula de metal. El pitido agudo, inconfundible, del cierre de puertas me indican que ya no hay vuelta atrás, estamos en marcha. Atrás se quedó el eco de pasos apresurados, incluidos los míos, un acordeón desafinado que lucha contra la indiferencia de los pasajeros adormilados todavía en esta madrugada. Todo suena, un niño llora, su madre le dice algo al oído, dos compañeros de trabajo intercambian ideas sobre los últimos cotilleos, una cita se retrasa, todo se mezcla en una sinfonía rutinaria mientras el convoy se sacude al avanzar por túneles oscuros.
Miro a mi alrededor. Ojos vidriosos, perdidos en el vacío, algunos cabeceando al borde del sueño. Un hombre tamborilea con los dedos en el pasamanos, impaciente, mientras una mujer revisa por enésima vez su móvil. Más allá, un adolescente esboza una risa tímida, cómplice de algún Tik Tok en su pantalla y un abuelo se aferra a su bastón con la resignación de quien ya ha vivido demasiadas horas punta.
Llega mi estación. Me deslizo entre los cuerpos con la urgencia de quien necesita escapar; la gente se aparta apenas lo suficiente para dejarme salir. Subo las escaleras con la sensación de haber sobrevivido una vez más a la rutina. La ciudad me recibe con los brazos abiertos y su aire frío y su llovizna persistente.
Mañana volveré a descender a mi túnel interior. Volveré a ser uno más en el mar de miradas perdidas en la coreografía de empujones y suspiros. Volveré a ser pasajero en esta sinfonía subterránea.