El andén del desdén
La vida y su tren de corto y largo recorrido,
parece que donde había cercanías luego tomaron las calles las distancias.
Llegadas esperadas, salidas apresuradas,
yacen aparcadas en el hangar de las contradicciones esperando con la calma aparente de quien sabe que tarde o temprano llegará un pasajero a aliviar el desespero.
Mientras tanto,
las ilusiones se aparcaron en el andén cuando fueron demasiadas las despedidas y pocas las venidas,
así fue como la estación de Sants andaba atestada de desengaños
y es que muy pocas son las veces que la seguridad llama a tu puerta si no es para atravesarla en forma de cinturón y retención.
No hay nada que te proporcione la garantía de tener a tu lado a un pasajero dispuesto a viajar junto a ti hasta en aquel transbordo infinito de la Línea 5 a la 1. No hay permanencia en las cosas que tenemos y no las valoramos hasta que dejan de acompañarnos en el trayecto.
Hay paradas imprevistas, nos apeamos de un vagón al que nos subimos sin pensarlo cuando el itinerario era tan y tan prometedor, aunque hubiera señales de alerta en todos los cruces, fueron pocas las ganas de tenerlo en cuenta.
La vida y su tren,
con destino incierto pero con un pasaje a la intención, lo que ocurra luego poco importa si en tan sólo un acto se nos precipitan un cúmulo de consecuencias.
Cuántas personas de paso en nuestras vidas y qué pocas en el trayecto,
descarrilan los propósitos a alta velocidad
y con velocidad de crucero nos acompañan los miedos hasta que todo se precipita y descarrila a pesar de haber enderezado lo que creíamos des (vía) do.
Dicen por ahí que el amor, la vida y tantas otras cosas son arriesgarse a coger un tren que no te lleve a ninguna parte y quizás sea eso, disfrutar del recorrido con destino a lo desconocido y con tan solo un billete de v (ida).