El arcén
Le pedí a la vida tan sólo un viaje de un solo trayecto,
la vida no me entendió, me entregó un bono ilimitado de viajes.
En algunos de ellos me apeé antes de llegar a destino, descarrilaron los propósitos e hicieron mella en las vías de mis esperanzas, ya abandonadas en la estación de Poble Sec. En otros esperé hasta ver el final, que hacía ya tiempo se avistaba tras los ventanales de aquél roído vagón;
Unos fueron viajes a ninguna parte pero con itinerarios prometedores y repletos de curvas vertiginosas y caminos empedrados hasta llegar al descarrilamiento,
otros fueron viajes a ritmo de crucero y sin cadencia, el confort y la calma reinaba en ellos.
Ahora estoy en el arcén, sin saber adónde ir,
mientras reflexiono con calma la latitud y la orientación de las coordenadas de mis deseos,
voy apeándome de un vagón tras otro como aquel polizón sin brújula ni horizonte pero provisto de momentos de euforia en sus bolsillos y colmado de adrenalina en su pecho por lo incierto del azar del destino y la serendipia pintada en el cielo.
En el andén dejé atrás grandes enseñanzas, pasajeras y eternas, permanentes y caducas, lo cierto es que ya no busco el mejor destino, prefiero seguir viajando sin itinerario, aunque ello signifique convertirme en un estudiante perpetuo de Erasmus.
Viaja sin propósito pero viaja y experimenta intensamente cada uno de tus viajes como si del último destino de tu vida se tratara.