Reflexionando en el metro

Capitan

Queriendo participar en el concurso de “Pequeños Relatos “del Ferrocarril Metropolitano de Barcelona. Me siento en mi escritorio ante un folio en blanco, tan blanco como mi inspiración.


¿Qué escribo? ¿Sobre qué tema? Y, de repente, una musa enciende el interruptor de mi imaginación y éste es el resultado.


Teniendo la suerte de vivir muy cerca de una estación de metro opto por dirigirme a la misma, valido el correspondiente pase y a esperar a el primer convoy que pare, mientras esto sucede, yo observo el panel señalizador de las frecuencias de paso, éste va marcando: 60,59,58 segundos… así hasta la llegada del mismo.


Una vez parado, acciono el pulsador de obertura de puertas y, junto a otros pasajeros, nos introducimos en esa ciudad subterránea, constantemente en movimiento, recorriendo por las entrañas de Barcelona y sus ciudades limítrofes. Esa ciudad en la que al no producirse CO2, está contribuyendo a la recuperación de la tan necesaria capa de ozono.


¡Qué diferencia de cuando esta función de abrir y cerrar puertas la realizaba un empleado que ostentaba la categoría de “jefe de Tren”!


Yo tomo asiento observando que la mayoría del pasaje está concentrado en sus teléfonos móviles, yo no voy a ser una excepción ,me lo saco del bolsillo y procedo a encenderlo, pero enseguida me arrepiento, lo apago y me lo vuelvo a guardar.


Al levantar la vista me fijo en una parejita de jóvenes, chico y chica, muy acaramelados ellos. ¡Que felices se les supone! Lástima que con el tiempo se toparan con la cruda realidad que expreso en esta frase mía que dice: “La pasión del amor es el fuego cuya llama el tiempo se encarga de apagar”.


Sigo observando a todo el pasaje y, pienso para mis adentros: el metro no solo transporta pasajeros, sino que con ellos viajan las interioridades de cada persona, nacionalidades, creencias, penas, alegrías, todas y cada una de las circunstancias humanas, por lo que se convierte en un medio de reflexión social.


A lo largo del recorrido, en cada parada entran y salen muchas personas y, algún que otro “personaje”.


 En la siguiente, monta un chico con un altavoz al que acopla un micro y, en cuanto emprende la marcha el convoy, inicia una canción melódica, al acabar, procede a pasar el correspondiente platillo solicitando las monedas que el público desee introducir en el mismo.


Yo pienso, qué lástima que estas personas tan jóvenes no tengan otro medio de subsistencia.


 En otra de las paradas, a través de una de las ventanas, veo un cartel que hace referencia a la efeméride del centenario del metro de Barcelona.


¡Qué envidia le tengo! Él, cuanto más viejo más rejuvenecido, yo, cuanto más viejo más achacoso.


¡Qué diferencia tan abismal entre aquellos trenes de las series 300 y 600!


¡Qué diferencia del aspecto de las estaciones de antes a las de ahora! Es verdad que para la época eran el no va más.


Querido metro, perdóname una comparación: el dramaturgo Enrique Jardiel Poncela escribió una obra de teatro titulada:” Cuatro corazones con freno y marcha atrás”


El argumento de la misma era que, un químico descubre una fórmula los que se la toman, llegan a los 100 años y van regresando, a los 99,98, etc.


Els enginyers i la resta de personal que et van projectar i van construir fa molts anys que van morir, però t’han deixat en mans de noves generacions que t’estan rejovenint cada cop més.


¡Quina enveja!


¡¡Felicidades Metro, por tus 100 años!!


 

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