CUATRO ESTACIONES
Como un dulce y fresco aire de primavera, sus miradas se cruzaron por primera vez. Ella escuchaba una tranquila melodía a través de sus auriculares, mientras lo único que él sentía, incluso con todo el bullicio del metro, era el suave tarareo salir de los labios rosados de ella.
Pronto el vehículo llegó. Ella subió distraída y él la siguió. No había mucho espacio, apenas había distancia entre sus cuerpos, de repente parecía un caluroso día de verano. Sus miradas se habían cruzado de nuevo, y ahora era ella quien se había fijado en el suave rubor en las mejillas de él.
El metro alcanzó la tercera parada, la gente bajó como las hojas caen en una tarde de otoño. La distancia entre los dos jóvenes pareció agrandarse. Eran los dos últimos pétalos de aquella marchita flor, pero se mantenían firmes y juntos.
Las puertas se cerraron. Ellos se quedaron solos. De repente el lugar se sentía frío, como una oscura noche de invierno, pero sus miradas se volvieron a cruzar una vez más. Entre ellos había una intensa y poderosa llama que les envolvía, que les atraía, les unía.