LA PESADILLA PÚRPURA
La L2 siempre había sido mi favorita. Me gustaba tomar el camino largo, poder ni que fuera estar 5 minutos más disfrutando de la tranquilidad de aquellos ruidosos vagones. ¿Entonces por qué ya no puedo verlo así? ¿Por qué cuando veo la línea lila solo consigo recordar aquellos ojos marrones, tan penetrantes, tan… enfermos?
En ese momento lo veía normal, incluso gracioso. Tal vez fui ingenua e inocente, pero coincidir con él todos los días a la misma hora, en el mismo vagón e incluso bajarnos en la misma parada fue una verdadera coincidencia. Al menos eso es lo que creí. Fue gracioso durante un tiempo, fue gracioso hasta que comencé a verle en muchos sitios, a muchas horas diferentes, pero siempre, siempre detrás de mí, con aquellos penetrantes orbes chocolate, mirándome fijamente, analizando cada suspiro, cada movimiento, cada pestañeo.
¿Tal vez me estaba volviendo loca? Tal vez aquello no era más que el producto de la imaginación de una chica de dieciocho años con severos problemas de sobre pensamiento, tal vez aquel chico simplemente estaba viviendo su vida y yo estaba juzgándole sin pensar. Tal vez…
Tal vez no debí haberlo pensado demasiado, no debí haberle dado tantas vueltas, tal vez debí haber confiado en mí antes, y saber que aquello no era una mera coincidencia. Que aquella parada de metro y aquel color iban a ser mi peor pesadilla.