L5-7:35h

AMLJ

Me enamoré en aquel andén. Día tras día la veía. Recuerdo bien aquel abrigo negro y las gafas doradas que le resaltaban la mirada. Me enamoré en aquella parada, en la que subía y bajaba gente constantemente, sin orden. Fue un día cualquiera, sin sol, lluvioso.


Ella era una chica menuda, con el pelo negro y las manos pequeñas. Tenía una sonrisa pícara, como la de una niña pequeña que ríe tras realizar una trastada. Llevaba el pelo mojado y una gota de agua le resbalaba por la nariz. Definitivamente había olvidado el paraguas.


Yo esperaba sentada en el andén de enfrente, con un periódico en la mano, y aquel paraguas que tanta historia tenía, haciendo como si nada, como si esperara un tren al que jamás me subiría.


Ella cogía siempre el metro en aquella parada con el nombre de un virrey peruano a la misma hora, los mismos días de la semana. Y yo estaba allí, tranquila, esperando a que se fijara en mí, haciendo como que no la veía.


Si cualquiera hubiera podido ver en esa mirada lo que yo vi aquellos días, estoy segura de que nada de lo que pasó hubiera sido posible. Aquel día no hubiéramos cruzado la mirada ni nos hubiéramos sonreído, y, con total seguridad, no hubiéramos caminado hacia el andén contrario por aquella pasarela que nos conectaba.


Seguramente, si aquella mañana la alarma no hubiese sonado, si el café hubiera estado un poco más caliente de lo habitual, si hubiera decidido desayunar decentemente, si mi compañera de piso no hubiera decidido dejarme ir al baño antes, si me hubiera puesto tacones en vez de zapatos, si la chica de la boca del metro no me hubiera dado el periódico, si el bono me hubiera caducado, o si hubiera decidido coger aquel tren, seguramente, hoy no sería mi mujer. 


 

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