Xavi abre los ojos
Xavi abrió los ojos. Un dolor punzante en la cabeza lo desorientó. Miró a su alrededor: estaba en el metro, en la estación La Pau, pero no recordaba cómo había llegado ahí.
La estación era la misma de siempre, la línea L4, la que tomaba todos los días para ir a trabajar. Tenía su mochila a la espalda. La abrió y vio su portátil. Intentó recordar, sin éxito, cómo llegó a la estación. «¿Qué día es hoy?»
Un hombre interrumpió su tren de pensamiento. Era un señor de apariencia desaliñada. Tambaleaba acercándose a las vías. Todos lo miraban con recelo. Xavi observó fijamente su rostro: algo en él le parecía familiar. Apretó la vista para evitar el mareo.
En un descuido, el hombre tropezó y cayó a las vías. Algunos pasajeros gritaban, otros hacían señas a las cámaras. Xavi corrió a auxiliarlo. El hombre intentó ponerse en pie, Xavi le extendió la mano, él la tomó, y con gran esfuerzo lo subió al andén. A Xavi le faltaba el aire; la adrenalina al máximo. El hombre yacía en el suelo, con sangre en el rostro, tratando de recuperarse. Xavi suspiró de alivio.
Varios minutos después llegó el tren. Tres pitidos anunciaron el fin del abordaje. Antes de cerrar las puertas ambos cruzaron miradas. Más que agradecido, el hombre parecía asustado.
Su cabeza daba vueltas por lo que decidió sentarse. Consideró bajar en la siguiente parada, pero no quería llegar tarde al trabajo. Si seguía con las tardanzas lo despedirían. Xavi odiaba su trabajo, y estaba agotado. Cerró los ojos.
Los frenos chillaron con fuerza, despertando a Xavi. Esta vez su mente estaba más clara, y el dolor ausente. La bocina anunció la última parada: Trinitat Nova. «¡No puede ser, dormí toda la ruta!»
Salió corriendo. Sacó su móvil, pero estaba apagado. Intentó encenderlo sin resultado. Sin él no tenía opciones: su tarjeta de transporte y las de crédito estaban ahí. Desesperado, tomó la L4 de vuelta con dirección a La Pau.
Abordó en los últimos segundos. Frente a él estaba una anciana de cara amable y mirada triste. Le sonrió y Xavi le devolvió la sonrisa
Pasaron las estaciones. La anciana le miraba fijamente.
—¿Otra vez por aquí? —dijo ella con un tono jovial.
Xavi no le hizo caso y asintió. El ir y venir de la gente lo adormeció. Luchó contra el sueño en vano.
Despertó de nuevo: estaba en La Pau. Los pitidos avisaban que el tren cerraría sus puertas. Salió del vagón sin notar que había dejado su mochila. Intentó correr tras él pero ya se había marchado.
Su jaqueca volvió. Sus piernas no le respondían. Daba un paso y su cuerpo se movía en otra dirección. Cuando se dio cuenta, estaba al borde del andén. Miró sus manos: eran viejas y arrugadas. Su ropa, gastada.
Entre la multitud vio a un joven con su misma mochila a la espalda. Asustado, dio un paso atrás y tropezó consigo mismo, cayendo en las vías. El fuerte golpe en la cabeza lo dejó aturdido. Los gritos y el ruido de la gente lo despabilaron. El joven extendió su mano para ayudarlo. Xavi, con todas sus fuerzas y las del joven, logró regresar al andén.
Xavi estaba a salvo, tendido en el suelo, con la cara ensangrentada. Miró alrededor: El tren había llegado. Los pasajeros abordaban. El joven de la mochila le echó una última mirada de reojo desde dentro del vagón.
Antes de que pudiera decir algo, Xavi miró a la anciana que le ayudaba. Era la misma que le había hablado y sonreído un tiempo atrás.
—¿Aún no lo entiendes? —dijo ella, sonriendo— Sólo tú puedes salir de aquí.
Y Xavi, exhausto, cerró los ojos una vez más.