Los trenes perdidos

Vedija

Mi compañera Alicia trabajaba en la estación de metro de Bellvitge cuando un hombre muy viejo, casi tan viejo como el metro de Barcelona, se le acercó diciendo:


—Disculpe joven, ¿me podría decir qué tren debo coger?


Y mi compañera, acordándose de aquel famoso cuento que lleva su nombre, le contestó:


—Eso depende del sitio al que quiera ir usted.


—No me importa mucho el sitio —dijo él.


—Entonces tampoco importa mucho el tren que tome —dijo Alicia.


El señor sacó un billete del bolsillo de su chaqueta, lo introdujo en un validador y, sin mediar palabra, se fue caminando muy despacio hacia uno de los andenes.


Alicia, intrigada, se metió en el centro de control de la estación y siguió al hombre por las cámaras de seguridad. El hombre esperaba en el andén la llegada del próximo tren, que no se hizo esperar. 


El tren se detuvo, abrió sus puertas y esperó unos segundos. Tras un largo bip-bip, cerró de golpe todas las puertas y desapareció en la oscuridad, dejando de pie en el andén a aquel señor, que permanecía inmutable en el mismo lugar.


Alicia, preocupada, bajó corriendo junto al viejo y le preguntó:


—Señor, ¿se encuentra bien?


—¡Sí, sí, muy bien! —contestó sobresaltado, como el que despierta sin querer en mitad de un sueño.


—Pero perdió el tren… —dijo ella.


—¡Ah, no, solo estaba pensando!


—¿Y en qué pensaba?


—Pues en eso: en los trenes perdidos, en la vida… 


—¿Sabe qué le digo? —continuó el anciano con esa voz débil, gastada por los años—. Lo que de verdad importa son los trenes que uno coge, vivirlos con pasión y disfrutar del viaje a cada segundo. Mire: yo he perdido muchos trenes en mi vida, pero aun así, he tenido cinco hijos, cinco —insistió señalando con la mano bien abierta—; y una mujer maravillosa que conocí en Vietnam en uno de mis viajes por el mundo. Se llamaba Nhung —dijo con la mirada perdida en el túnel del tiempo.


—¡Qué bonito nombre! ¿Entonces ha viajado mucho? —preguntó ella, intentando evitar que él se pusiera triste.


—He viajado y he leído tanto que ya no me acuerdo de muchas cosas. 


En ese momento entraba otro tren en la estación con su ruido característico, obligando al anciano a alzar la voz para   seguir diciendo:


—Por eso le digo: elija un tren y súbase a él; pero si lo pierde, no se preocupe. Los trenes perdidos no son tan importantes como a veces pensamos, entre otras cosas, porque siempre puede uno coger el siguiente y disfrutarlo a tope.


Y, sonriente como un niño que sabe que lo están mirando, pulsó el botón con la punta de su bastón. Las puertas se abrieron y, con paso lento, entró en aquel tren que enseguida volvió a perderse en la oscuridad del túnel.

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