Sortida

Carlín

Si seguirá la lluvia, no importa. Si el sol espantará las nubes, tampoco. Abajo, él no sabe de tiempos ni espacios. 


—Muy buenas tardes hermanos, hermanas, que dios bendiga sus casitas. Quien les habla es un migrante que ha venido desde muy lejos para poder salir adelante.


Cruzó el enorme charco. Ahora, solo recorre una misma línea.


—Yo también llegué acá con mi familia como muchos migrantes. El año pasado vinimos y estamos esperando una residencia.


Alza la voz. Distrae a un buen lector, obliga a un joven a subir el volumen del móvil. Una señora gasta sus últimas fuerzas en alcanzar un asiento. De pie, con las manos ocupadas, él mantiene el equilibrio.


—Como saben, para mi es complicado tener trabajo ya que no tengo papeles…pero de una u otra manera debo llevar algo a la mesa de mi hogar, tengo a mis niñas en casa.


Una conversación de whatsapp se refleja en las gafas de un chico. Un par de adolescentes acarician a un impecable caniche.


—Estoy tratando de luchar, de ganarme la vida honradamente para poder llevar un plato de comida a casa.


Se resiste a sepultar sus sueños. Sobre él, justo arriba, la Sagrada Familia sigue creciendo y miles de turistas se toman un selfie.


—Yo trabajo con artesanía, vendiendo llaveritos y pulseras a una monedita de 1 euro.


Trastabilla. El vaivén agita su mercadería, pero se aferra a ella como a sus pocas esperanzas.


—Si alguna persona desea ayudar, se lo agradezco con la artesanía. Tengo diferentes diseños: llaverito de snoopy, tenemos un poquito de figuritas de gatitos, corazones… a 1 eurito las pulseras…a 50 céntimos las de Disney.


Alguien detiene la lectura para buscarlo entre la gente, otro resopla al escucharlo. Nunca falta quien lo graba para un video de Tik Tok.


—Si no te gusta la artesanía, me puedes ayudar con la golosinas. Tenemos los chupachups, a 50 céntimos la unidad. Tengo de fresa, banana, y de chocolate a 1 eurito.


Hay alguien como él muy al fondo, uno que arrastra un altavoz y prepara su garganta, uno que aguarda su turno y le mira respetuoso.


—Aunque sea con un granito de arena, ¿puedo contar con su ayuda? Pasaré por sus asientos… Que dios los bendiga.


Si hay un dios está en los cielos, no bajo tierra. Si hay un mayor peligro, se esconde en la lado oscuro de Barcelona. Quizás por eso lo miran con desprecio, quizás por ello alguien se mete la mano al bolsillo para constatar sus pertenencias, quizás por ello alguien le voltea el rostro.


—1 eurito la pulserita…


El caniche sigue recibiendo caricias.


—Por aquí ¿un llaverito?


Una página queda atrás. El autocorrector apura el envío de un mensaje. El altavoz avisa que su tiempo se acaba.


—…me puedes ayudar con una golosina, ¿un chupachup?


La señora reúne todas sus monedas descartadas. No las cuenta. Ya está vieja para una golosina, no le gustan esas tonterías. ¿20? ¿30? 43 centavos valen más que mil gracias. Él intenta desprenderse de un llavero con cara de gato, pero su relato pesa más que un falso metal y dura más que el caramelo que se derretiría bajo el sol.


—…que dios la bendiga, señora.


Tintinean sus llaveros. Un par de chupachups vuelven a su bolsa. Todos tambalean, todos se detienen en algún rincón de la ciudad. Se abren las compuertas. Su colega empieza un canto y él, ya en el andén, cuenta nuevamente sus monedas. No sabe si ahora toca la ida o la vuelta. Da igual. Para él, no es un medio de transporte. El metro, ahí abajo, es un estado del cual algún día saldrá.


—Muy buenas tardes hermanos, hermanas, que dios bendiga sus casitas…

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