La última parada
Las classes por fin habían terminado y ella esperaba tranquila a que el metro llegase. Estudiar la agotaba, y lo único que deseaba era poder tener un asiento donde sentarse y regresar a casa lo antes posible. Fue una gran sorpresa ver que el vagón estaba completamente vacío cuando ella subió, por lo que tranquilamente dejó su bolso sobre su regazo y cerró los ojos. El camino era largo, pero al menos estaría sentada. La suave música que sonaba en sus auriculares la relajaron todavía más, tanto que poco a poco un profundo sueño se apoderó de ella. Pocos minutos después, un estridente sonido la alarmo, haciendo que abriera en el acto los ojos. Ella miró hacia todos los lados, tratando de saber lo que había pasado. Fue extraño ver que en el vagón no había absolutamente nadie, al igual que en la estación fuera de este. La pobre chica estaba muy desconcertada y asustada, pero aunque la situación decía a gritos que no saliera del vagón, una extraña y necesitada fuerza le hizo dar el primer paso hacia el exterior, hacia aquel lugar desconocido, aquella nueva estación que ella jamás había visto, jamás había escuchado y que ni siquiera salía en los mapas.
La estación se sentía tan vacía como peligrosa. Lenta y cautelosamente, ella caminó hasta el inicio del metro, solo para darse cuenta de que el conductor había desaparecido, eso en caso de que hubiese habido conductor en primer lugar. Un hedor putrefacto le erizó la piel e hizo que sus ojos llorasen. Ella se giró bruscamente al sentir algo deslizarse detrás de ella, pero no había nada ni nadie. Fue ahí cuando ella no lo soportó más y trató de volver al vagón. Pero el metro había desaparecido. No había rastro del vehículo, la mente de ella cada vez estaba más confundida, el hedor cada vez era más intenso, su visión más borrosa y aquello que acechaba entre las sombras, más cerca.