Soy un zombi
Soy un zombi y vivo en el metro. Pero no os asustéis, no me como a la gente. Ni siquiera tengo hambre, y si lo tuviera no me veo amorrado a una barriga atiborrándome a vísceras ¡Qué puto asco! Nos engañan en las pelis de zombis. También.
Vine desde lejos, a la universidad, y ya sabéis como es Barcelona, miras para el lado que crees que vienen los coches, te pones a cruzar y resulta que vienen del otro lado. Lo siguiente ya fue ver la luz.
Fui escupido a la acera al instante. Ni un rasguño ¡Vencí a la muerte! Pero la piel me quemaba ¡Me moría!... ¡Hay que tener mala suerte para resucitar y morirse otra vez allí mismo! Indignado, bajé las escaleras del metro ardiendo y llegué al andén.
Bajo la superficie estoy bien, en la calle me muero otra vez. No es el sol, por la noche es igual. Soy un zombi, no un vampiro. Han pasado cinco días y me siento más fuerte, cada día veo más cerca salir. Mientras, intento no llamar la atención porque si me pillan los revisores se va a liar. Mi tarjeta está más caducada que los Rolling Stones.
Tenía veinte años, era marzo de 1989, iba con Mónica a comprar el directo de Radio Futura. Y ahora es marzo de 2025… What the Hell!... ¡Mis padres tienen ochenta y pico años! ¡Mis amigos cincuenta y seis! ¡Radio Futura se habrán retirado! ¡Y tenía entradas!
Ni he podido cambiarme de ropa, menos mal que no sudo. Estuve mirando en una parada dentro del metro, todo baratísimo, lo que decía mi abuelo, camisetas a veinte pesetas… ¡Y no eran pesetas! ¡Mi dinero no vale ni para el Monopoly!
Por suerte en el metro casi no me miran, eso no ha cambiado. Muchas personas del vagón van distraídas, toqueteando una pantalla que al principio creía que era una tele, pero que hace más cosas, como emitir música. Suena mejor mi radio despertador.
Los tiene dominados. Van absortos, podrías quitarles los pantalones y no se enterarían. No me faltan las ganas. A veces guardan el cacharro, lo sacan a los dos segundos y lo miran con avidez, como esperando que haya cambiado algo. O como si el propio cacharro les dijera: “Hace dos segundos que no me miras.. ¡Tócame! ¡Mírame! ¡No me ignores! O salen del vagón y caminan mirándolo. Y se supone que el zombi soy yo.
Las chicas de mi edad hablan más aceleradas, como si tuvieran prisa. Las escucho y voy aprendiendo. Literal… en plan... A veces me miran como a un bicho raro, pero les hago ghosting ¡No saben lo random que soy!
Y hay de todo, pero así, al bulto, diría que estos años de evolución les han sentado mejor que a los chicos. Ellos parecen menos comunicativos y más banales, más inseguros. Algunos se cubren con capuchas y se mueven como a cámara lenta, serían presa fácil pero soy un zombi de paz.
Las chicas me parecen más preparadas para salvar al Mundo. O será porque me acuerdo de Mónica, que siendo más guapa, más lista y más todo, era feliz siendo mi amiga, mi amiga poeta. Y nunca le dije lo que la admiraba, la suerte que tenía de tenerla. Y la dejé con un cadáver una lluviosa tarde de sábado. Quizá todavía pueda disculparme, quizá una de esas chicas del metro es su hija.
Tengo ilusión por salir, descubrir el mundo. Pero hay muchos cabos que atar. Aunque puedo vivir sin dinero, me iría genial un DNI que no esté caducado, y un trabajo. A ver que les digo: No conseguí ser ingeniero pero conseguí ser zombi. Convencí a Dios para que me devolviera a la vida, soy muy persuasivo.
Es sábado, seis de la tarde, y en el vestíbulo de Plaza de Cataluña no toca ninguna banda de rock ¡Me lo temía!