06.06

Arucat

Era domingo y le tocaba trabajar, así que había salido con una hora de antelación para evitar imprevistos y llegar puntual. La oficina no le quedaba lejos a pie, pero para evitar cualquier posible infortunio caminando iba en metro desde Universitat hasta Urgell en la L1.


 


El vagón estaba lleno de trasnochados que hablaban muy alto e incluso cantaban. Él se tapaba la nariz con la camiseta para evitar respirar el intenso olor a vodka. “Sol de Dios, que todo lo purificas con tu luz divina”, se repetía a sí mismo. El metro se paró; se cubrió el dedo con un clínex y pulsó siete veces seguidas el interruptor de la puerta para salir.


 


Hoy era seis de junio, así que se había puesto una camiseta amarillo chillón para combatir la negatividad del casi triple seis en el calendario. Le tranquilizaba la idea de imaginarse como una fuente de luz purificadora que combatía cualquier cosa mala que pudiese pasar durante el día. Cuando algún indicio maligno aparecía, repetía en su mente “Sol de Dios, que todo lo purificas con tu luz divina” y visualizaba un sol que surgía y crecía rápidamente en su pecho para luego explotar creando un brillante campo de fuerza protector.


 


Atravesó el andén, giró para salir del metro y se encontró con el acceso a las escaleras cerrado. Nadie parecía molesto con este hecho, ya que solo estaban cerradas las escaleras convencionales y la gente se apelotonaba para subir en las escaleras mecánicas. Él, sin embargo, nunca subía en ese tipo de escaleras. Le aterraba no saber en qué momento saldría el primer escalón sobre el que poner el pie derecho, la imposibilidad de contar los escalones que iban apareciendo y desapareciendo en un bucle infinito y el dejarse llevar hasta la ranura del final de la escalera, que parecía que iba a tragarse hasta su alma. Él siempre usaba las escaleras convencionales; subía el primer escalón con el pie derecho, contaba cada peldaño hasta llegar arriba, se persignaba y repetía tres veces en su mente “Sol de Dios, que todo lo purificas con tu luz divina”.


 


Intentó comprobar si las escaleras estaban realmente tan mal como para no poder subir por ellas, pero un gran panel tapaba la visibilidad. Se dirigió hasta la otra salida, pero esta estaba totalmente cerrada. “Sol de Dios, que todo lo purificas con tu luz divina”. Volvió al andén y se encontró con un vigilante, le preguntó por la salida, le respondió que había que salir por la izquierda, le preguntó si había otra salida con escaleras normales, el vigilante arqueó la ceja y le dijo que no sabía a qué se refería con normales, recorrió casi corriendo el camino hasta la salida de la izquierda, ignoró los tétricos chirridos metálicos de la escalera mecánica, ignoró la mirada incriminatoria de la cámara de seguridad, ignoró el “Prohibido el paso a toda persona ajena a esta obra”, se raspó el brazo y se coló por detrás del panel.


 


Echó un vistazo y no vio nada raro en los escalones. Puso el pie derecho en el primer escalón y comenzó a subir y a contar. “Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis…” Paró al sentir la superficie del sexto escalón resbaladiza. Levantó la cabeza hacia arriba; los ojos de un gigante gato de pelaje oscuro inmortalizado lo observaban desde un desgastado cartel que rezaba “Purina”. Retrocedió mientras se persignaba sin dejar de mirar al frente y resbaló.


 


“Sol de Dios, que todo lo…” el vacío a sus espaldas hizo que su mente se difuminase. Se dejó llevar por la gravedad y sintió alivio cuando todo comenzó a girar a su alrededor.

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