Yo la amaría

Nkundi

Lo nuestro fue un flechazo.


 


Aún no había terminado de entrar el tren en la estación de Sarriá cuando ya nos habíamos arremolinado todos alrededor de la puertas para entrar los primeros y ocupar los asientos que pudiesen estar libres. Hora punta, pocos asientos y muchos adolescentes que volvían a sus hogares después de la jornada escolar. Aun así, encontré un asiento vacío. Me acomodé en él y abrí el libro de una escritora colombiana que acaba de adquirir, dispuesto a sumergirme en el viaje que me proporcionase su lectura. Navegar letras ajenas me prometía más placer que visitar páginas en internet en el móvil o escuchar música con auriculares inalámbricos, como hacía gran parte de los viajeros. Los últimos movimientos de los pasajeros antes de cerrar las puertas, unidos a mi costumbre de observar y crear personajes, asignándoles historias inventadas muy probablemente alejadas de la realidad, me llevaron a dar un último vistazo a mi alrededor antes de volcarme en las páginas que me esperaban hacía un rato. Hasta que mis ojos se posaron en mis compañeros de asiento.


 


- ¿Nos conocemos de algo?


 


La que así me hablaba era una mujer rubia, de unos cincuenta años. No me había llamado la atención cuando me había sentado frente a ella, aunque sus pelo ensortijado, salvaje casi, la hacía atractiva. Sus ojos azules, profundos y calmos, transmitían tranquilidad y permitían adivinar que habían vivido muchas historias. Le miré a los ojos... y la imaginé nadando, sincronizada. Reconocí en ella parte del océano, con sus mareas. Como las mías, a veces.


 


"Me gusta cómo debe moverse", pensé. "Va y viene por el mundo, en paz consigo misma. O con sus guerras. Pero sin trampa". La imaginé despertándose por la mañanas, vistiéndose con pausa, a media luz, desplazándose sin hacer ruido, entrando en su día a día como sin querer molestar. Observar sus gestos debería ser tan apaciguador como escuchar el silencio. A pesar de la dulzura que le imaginaba, también le adivinaba fuerza. Ganada a fuerza de dolores y lágrimas. "A una mujer así, yo la amaría", me dije...


 


- Entonces, ¿por qué no cambias esa cara de pasmarote y miras hacia otro lado?


 


Como decía, lo nuestro, o mejor dicho, lo mío, había sido un flechazo. Lo suyo, un tortazo. Mis ojos se volvieron hacia mi libro y el tren arrancó.


 

T'ha agradat? Pots compartir-lo!