ME PERMITO EXPRESARME
Hace unos años estuve en la mente de un visionario, de ahí pasé a un papel y cuánto ha llovido hasta que me dieron a luz. Ha llovido más que en Londres desde 1863. No pedí nacer pero no me arrepiento. ¡Cuánto he vivido!
Para mí el tiempo es totalmente relativo. Cuando sea grande quiero ser bombero, cuando haga 40 años quiero un buen curro, cuando haga 60 quiero vivir en la Costa Brava, cuando llegue a casa voy a hacer esto, este fin de semana voy a hacer aquello. Son cosas que escucho a diario, y solo me digo: ¡cuánta prisa lleva la gente! La vida va de disfrutar cada día.
Este año hago 100 años. Para mí es solo un número, bueno todo un siglo, pero siento que no ha pasado tanto tiempo. He dado todo de mí y lo seguiré haciendo hasta el final de mis días.
Más allá de las multitudes en horas pico, las paradas inesperadas entre estaciones, los móviles en las manos, las actuaciones musicales, los robos que dejan tan mal sabor de boca, soy historia viva de una ciudad y miles de personas con sueños cumplidos o por cumplir, o simplemente con muchas ganas de vivir. Solo que a veces me siento utilizado, y no es que necesite las gracias, no. Tampoco reconocimiento, qué va. Quizás un poco de conciencia, solo eso.
-Obrim portas.
Se escucha de fondo. Sube un anciano con su bastón, un poco encorvado y bastante delgado. Una joven le cede su asiento:
-Gracias.
Ella asiente con la cabeza. Él se sienta con un suspiro profundo, con una mirada que grita soledad. Mira el suelo como quien deja de esperar sorpresas. En su mano lleva una bolsa de tela con un bocadillo envuelto en papel, que aprieta con suavidad, como si fuese su amuleto.
El vagón sigue su trayecto. Yo sigo con mi reflexión. Tengo claro a dónde voy y voy a por ello cada día. Nada me llena más que la satisfacción de haber cumplido con mi deber. No estoy solo, formo parte de un sistema que habla mi idioma: servir a la gente.
Pero él, sí está solo. Hablo del anciano. Lo veo cada día, en diferentes rostros, en diferentes cuerpos, con diferentes miradas. Algunos con ojos brillantes y llenos de recuerdos, otros con la tristeza de un día a día sin la voz de algún familiar. Este anciano es uno de tantos. Viaja sin prisa, pero tampoco parece tener un destino al que quiera llegar.
-Final del recorregut.
Se escucha de fondo en el vagón. El anciano saca un pequeño papel de su bolsillo y lo pega en la puerta al salir.
“Gracias por tanto. Este año, hacemos los mismos años.”
Mientras veo su silueta perderse en el andén, entiendo que no solo yo soy historia viva de la ciudad. Él también lo es. Aunque nadie le ceda un asiento fuera de los vagones. Aunque el mundo parezca ir demasiado rápido para esperarlo, incluso yo.
-El Metro