El extraño pasajero

Amapola

 


Marina baja las escaleras de la estación de Fabra i Puig, por la entrada de Concepción Arenal. Inhala ese olor tan característico, una mezcla de metal y de caucho. Con el olor vienen a su mente las mil y una anécdotas vividas durante su tiempo de estudiante cuando viajaba diariamente por la línea 1, haciendo trasbordo a la línea3, dirección Zona Universitaria.


 


Marina acerca el móvil al terminal para pagar y se abren las puertas. Baja las escaleras y sube al último vagón del convoy, dirección Hospìtal de Bellvitge. Detrás de ella sube un vendedor ambulante: - ¡Almendras garrapiñadas!¡Un euro solo! - va gritando el vendedor pasando de vagón a vagón. Marina, absorta en sus pensamientos, no advierte la presencia de un hombre de mediana edad, con el pelo engominado, que la mira entrañablemente. Su vestimenta es chocante: traje claro, con chaqueta de cuatro botones, muy entallada y con amplias solapas, y pantalones con vuelto de cuatro centímetros de largo. Camisa blanca con puntas almidonadas y una elegante “cravat” de seda en color azul marino con topos blancos a lo Clark Gable en “Lo que el viento se llevó”. Zapatos color crema con puntera blanca punteada. Y el toque más anacrónico: un sombrero Panamá auténtico. - Sí, realmente parece todo un caballero de los de antes… -, - Aproveché bien los cuatro créditos de “Historia de la vestimenta” del grado de Diseño - se dice para sí misma Marina. Aunque lo verdaderamente chocante, piensa ella, no es la presencia de aquel hombre sino la indiferencia del resto de pasajeros.


 


Por los altavoces se oye: - Siguiente parada, La Sagrera. Enlace con: L5, L9, L10, y Cercanías R3, R4 y R12”. Aquí sube una docena de turistas con pesadas maletas y la acostumbrada cantante de “country” de los lunes, que tanto le gusta a Marina. Ahora Marina estudia, detenidamente, el rostro del extraño individuo. No le es del todo desconocido… La mirada penetrante de ojos chispeantes, le cautiva, le seduce. Vuelve a contemplar esa nariz perfecta, el bigote rojizo a lo Freddie Mercury y el exquisito hoyuelo en el mentón. En ese momento el enigmático personaje se desabrocha la chaqueta y saca del bolsillo del chaleco un dorado reloj de bolsillo y lo abre pareciendo consultar la hora. El pintoresco personaje se dirige hacia la puerta del vagón para bajar en Catalunya, Marina le siguió. Ahora vienen los empujones de rigor al bajar del vagón, el interminable pasillo del trasbordo hacia la línea verde en dirección Trinitat Vella. Entre el tumulto, Marina le pierde de vista. Entra en el vagón y detrás de ella él, sonriéndole. Marina se ruborizó, y al hacerlo, su peca con forma de pequeño trébol se oscureció, haciéndose más visible. - ¿Acaso se habían conocido en otra vida? – imaginó. Siguiente parada: Passeig de Gràcia. El enigmático pasajero se dispone a bajar. Marina le sigue. ¿Qué es lo que ocurre? Un jefe de estación con su silbato va dando órdenes, en los indicadores de estación pone “Aragó”, anuncios vintage de Gallina Blanca y Chocolates Ametller, gente vestida de época,… Marina, asombrada, se entera que un día como hoy, 30 de diciembre, pero 100 año atrás, se inauguró el primer tramo del metro. Marina pisa algo: es un reloj de bolsillo, dorado. Lo coge. Él está junto a ella. Marina le tiende el reloj y sonríe. Él le dice: es tuyo, y desaparece sin más. Marina lo abre y ve un rostro reconocible, con un peinado y maquillaje de época, y de pronto, la ve, una peca en forma de pequeño trébol en la mejilla...


 


 


 


 


 

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