Billete de ida

Brown

Todos los días después de clase, María caminaba tranquila por las calles de Universitat y compraba un billete de metro. Con bolso en hombro, se dirigía a su vagón y se sentaba lentamente, cerrando los ojos y dejando que el tiempo pasara hasta llegar a su destino. 


Pero lo cierto es que aquel día el viaje fue un tanto diferente. El suave movimiento del metro se había sustituido por fuertes turbulencias y el leve traqueteo en los cristales por fuertes golpes que habían perturbado el intento de pequeña siesta de la joven. Aun así, ella no dejó que algo tan trivial le arruinase lo que quedaba de día, y salió contenta y con la cabeza bien alta del vagón al llegar a La Sagrera. 


Qué extraño se sentía todo… La gente… Su ropa era algo… Diferente. ¿O tal vez la diferente era ella? María miró confusa su alrededor. El color del metro había cambiado, ahora era blanco y azul, y la estructura de la estación también. Y la gente, y sus peinados… todo era diferente, y todos la miraban a ella con cara de sorprendidos, de la misma manera que María les miraba a ellos. ¿Qué estaba sucediendo?


La joven, aturdida, sin saber qué hacer ni a donde ir, se sentó en un banco y miró al suelo, desubicada. Una hoja de un periódico voló y cayó justo a los pies de ella. “19 de junio de 1987”. María abrió mucho los ojos, volvió a leer la fecha, parpadeó repetidas veces, releyó una y otra vez. ¿Aquello era real? No, no podía serlo, debía ser un sueño, una broma de mal gusto… ¿Cierto?


Con el corazón en la garganta, las manos sudorosas y las piernas temblando, María se levantó, acomodó su bolso sobre su hombro y salió de la estación, actuando como todos los demás, tranquilos, ajenos a la realidad, una realidad que todavía no había sucedido.


 


 

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