ENTRE LÍNEAS

Nuvolina

Eran aproximadamente las 10:30 de la mañana, me dirigía a una cita médica, desde que sufrí dos accidentes tengo dificultades para subir y bajar escaleras, además de caminar con dificultad y sin poder correr, intento planear mis trayectos de la mejor manera posible. Ese día, decidí hacer ese transbordo tan largo que hay entre la línea 4 amarilla y la línea 3 verde del Metro de Paseo de Gràcia. Aún recuerdo la primera vez que hice ese recorrido, sería en los años noventa, si vas con prisa y no conoces ese pasillo que hay entre ambas líneas, se te hace interminable, son unos 10 minutos de recorrido si vas a paso regular.


En aquel entonces no había aplicaciones de TMB, ni Google, para calcular el tiempo de recorrido y si no conocías esta particularidad del transborde entre estas líneas, tu trayecto podría tardar más de lo que habías calculado. Fue a principios de este año, a pesar de mis dificultades motrices decidí volver a tomar esta ruta, no puedo correr, ni caminar muy rápido pero iba con tiempo de sobra, y  a decir verdad, esté trayecto me gustó, me di cuenta de que mi perspectiva respecto a este pasadizo había cambiado radicalmente.


Mi fascinación por el Metro viene de tiempo atrás, tal es así que hace 15 años mi tesis de maestría en antropología se ubicaba en el metro de Barcelona, estudié ampliamente documentos históricos, hice observaciones, además de algunas entrevistas. Me interesaba el metro como ámbito de la ciudad y su relación con los usuarios y trabajadores, fue un estudio profundo de carácter humano. En uno de los capítulos explicaba la importancia de llenar algunos espacios del Metro con exposiciones científicas u obras artísticas, además explicaba la importancia de corregir algunos aspectos sobre la accesibilidad de las personas con dificultades de movilidad, en aquel entonces yo no había sufrido ningún accidente, todavía, pero era consciente de las dificultades que enfrentaban algunas personas con movilidad reducida.


Volviendo al pasadizo antes mencionado, este año le encontré un encanto especial al caminar a través de él. Por primera vez, después de años, hice este recorrido, si bien antes pensaba que era un sitio sórdido, con falta de adornos o expresiones artísticas, esta vez caminé en este pasaje entre líneas, me di cuenta que era un lujo contar con un espacio en la ciudad donde no recibieras tanta información, no hay pantallas, no hay anuncios publicitarios, tampoco había música, y lo que anteriormente me parecía un espacio difícil de transitar, ahora me parecía un oasis, un sitio de una paz inmensa. Ese día todos los que caminábamos ahí, íbamos a nuestro ritmo, casi no se escuchaban voces, tampoco había músicos que te marcasen su ritmo. Actualmente es un lujo contar con un espacio así en la ciudad, más aún, dentro del Metro, en donde siempre estamos expuestos a un sin fin de inputs de todo tipo. Generalmente vamos por la vida, sobre todo en las ciudades, saturados de información. Creo que mantener un espacio así, dentro del Metro, es una maravilla, tal vez le haría falta una cinta mecánica para ir un poco más rápido, pero en general, no le cambiaría nada, así como está es un espacio donde nuestros sentidos descansan.


Os invito a probadlo, veréis la tranquilidad que se respira, no creo que existan muchos espacios así en la ciudad. Caminar en estos lugares tan antiguos te hace pensar en todas personas que han transitado en este espacio desde que se inauguró el 1924 y en todas sus historias por contar.


 

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