Tiempo muerto
Siete de la mañana, un día más. El vagón va lleno, pero el ruido de la multitud no acaba de llenar el espacio. Hay mucha gente, pero no me acabo de sentir acompañada. No somos los de siempre, pero hay algo que se siente cotidiano. Algunos cambian, pero son caras conocidas las de mi alrededor, compartiendo el tiempo muerto entre origen y destino.
Está el manos rápidas, que finge que no va con él la cosa mientras busca alguna cara despistada. Su mirada se mueve de un lado a otro, ágil, esperando el momento perfecto.
La señora de gesto apacible pero mirada cansada que, con resignación, se dirige a su puesto de trabajo, oficinista supongo, como la mayoría que nunca se detienen en su rutina.
El chico moderno, con la música tan alta que puedo oírla pese a que lleve los cascos puestos, balancea la cabeza al ritmo, indiferente a todo lo que pasa a su alrededor. Con actitud pasiva, algo interesante, nos hace creer que sabe de qué va la vida, aunque posiblemente tampoco lo sepa del todo. Tal vez también se cuestiona lo mismo que todos, pero no se atreve a decirlo en voz alta.
También está aquella otra chica, absorta en su libro, que se sumerge en las páginas como si de un respiro se tratara, intentando escapar por unos minutos del caos y a quien probablemente las redes sociales le parecen un pozo sin fondo del que trata de salir al menos en esos cinco minutos de trayecto.
Y luego está el que simplemente contempla, perdido en sus pensamientos. No está buscando nada en particular, solo observa, y quizás, de vez en cuando, cruza una mirada cómplice con alguien más. Yo, sin quererlo, también lo hago. Nuestras miradas se encuentran brevemente, y él sonríe. ¿Estará pensando lo mismo que yo? O tal vez no. Quizás sólo le pareció interesante mi mirada, o tal vez solo busca algo que le dé un poco de luz a su mañana.
Ajenos convivimos por casualidad, o no, en nuestros caminos compartiendo un poco de vida o lo que sea que tenemos. No nos conocemos, ni nos atrevemos a preguntar, por timidez o por miedo a que las respuestas no sean lo esperado. Pero hay algo en el aire algo que me hace pensar que, de alguna manera, todos estamos conectados en este momento, en este breve cruce de vida entre nuestros destinos. Cada uno con su historia, con su carga invisible, con su rutina que, aunque sea distinta, sigue siendo la misma.
“Tiriri, propera parada: Selva de Mar.” La megafonía me despierta, me saca de mis pensamientos. Bajo en la siguiente estación, la de siempre. Mientras me pierdo entre la multitud, algo es distinto que ayer. No sé qué es exactamente. Mañana, en el mismo trayecto, todos nos subiremos al vagón como si no nos hubiéramos visto jamás. Fingiremos ser nuevamente desconocidos, cada uno con sus vidas más o menos interesantes a los ojos del resto. Pero en mi cabeza, me gusta maquinar que hay algo más, algo que no logramos percibir a simple vista, que nos une. Una chispa compartida, un momento en que nuestras vidas se cruzan sin previo aviso, existe una complicidad silenciosa que tal vez nunca entendamos del todo.