Circuito turístico

Dédalo

Afuera era una mañana de un sábado de abril, fresca y con arco iris. Pero en el metro me sobraban el chubasquero y la sudadera. Eran las 10, iba mal de tiempo, como de costumbre, y saqué el móvil para avisar de que llegaba tarde a las sardanas. El metro rebosaba de turistas.


 


 


Una vez enviado el mensaje, abrí TikTok porque me quedaban 10 paradas y me quedé embobado con gatos simpaticones y gente contadora de chistes malos en cadenas interminables. Hasta las narices, fui a abrir el periódico a ver si por fin el gobierno topaba los alquileres. Pero escuché la voz de Diego, mi compañero de trabajo.


 


 


-¡Qué casualidad, nen! -le saludé, y me senté enfrente de él. -¿Que haces tan lejos de tu casa? -y le tendí la mano.


 


 


Mientras me la estrechaba vi que a su lado estaba su hijo Walter absorto mirando el vagón lleno de guiris reflejado en la ventana, y a mi lado nuestra compañera Montse, con su habitual tic de vendedora compulsiva y estresada en el ojo, y que se sonrojó y se sacudió levemente la melena rubia sorprendida al verme.


 


 


-Aquí estamos, dando una vuelta, disfrutando de la ciudad -me explicó Diego algo incómodo.


 


 


-Me he apuntado con el papi y el hijo -dijo Montse sin que nadie le preguntase.


 


 


Le sonreí porque a mi no me importa la vida privada de mis compañeros. Por hablar de algo les dije que iba a bailar con mi grupo sardanero.


 


 


-¿Pero tú no bailabas sevillanas? -inquirió la rubia, quitándose una pelusa blanca de su camiseta del Barça, pelusa que cayó en su impermeable, también culé.


 


 


-Eso es los domingos -les expliqué. -¿Adónde vais vosotros, a Badalona? -pregunté por mantener la conversación.


 


 


-Vamos a Badalona y a todas partes. Al chaval le gusta recorrer todo el metro los sábados por la mañana -y Diego señaló a sus hijo, que seguía absorto en el reflejo y llevaba en sus rodillas un libro de láminas ferroviarias.


 


 


-¿Y os paráis en alguna?


 


 


-Claro, cuando se acaba la línea. Y cuando llegamos a un trasbordo, y ya vamos de vuelta una vez que hemos recorrido la línea completa -me dijo Diego desdeñosamente.


 


 


-¿Y no salís arriba a ver nada?


 


 


El niño me miró con fastidio. Este tío pregunta mucho, parecía leerse en su mirada. Hablo firmemente con su vocecilla:


 


 


-Salimos cuando se acaban todas las estaciones. Lo primero es completar el circuito.


 


 


-Claro, claro.


 


 


Pasaron unos instantes incómodos. Por fin se me ocurrió algo:


 


 


-Es entretenido.


 


 


-Y muy barato -afirmó mi compañero.


 


 


Montse asentía. Volvió la incomodidad. El metro se paró y miré la estación. Salté como un resorte.


 


 


-¿Me he pasado de parada! ¡Ciao!


 


 


Esquivé a turistas y a locales, no sin refunfuños y quejas en varios idiomas, y pude salir cuando ya se cerraban las puertas. Me dirigí a la salida para cambiar de andén.

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