El último movimiento
El metro llegó, y aunque apenas solo habían pasado unos minutos desde que llegué al andén, la espera se me hizo eterna.
Aquel domingo por la mañana había recibido una llamada inesperada que me citó cerca de la Sagrada Familia, dejándome con el estómago revuelto y un café a medias.
Subí al vagón, me quité el abrigo y me apresuré a ocupar un asiento vacío.
Una mujer se sentó a mi lado. Llevaba los labios pintados de un seductor color carmesí. Sin prestar atención a nada más, abrió su libro y lo hojeó hasta detenerse en una página.
El metro arrancó. A mi alrededor, la vida seguía su curso: un hombre perdido en sus pensamientos frente a la ventana; una pareja susurrándose con ternura, intercambiando miradas y caricias, y un niño, lleno de energía, recorriendo con su coche los asientos y los brazos de su madre.
Fruto del aburrimiento, giré la cabeza disimuladamente para ver qué leía aquella mujer. Era un libro de ajedrez. Estudiaba una página con varias posiciones.
—¿Sabe jugar? —me preguntó, esbozando una sonrisa.
Mi intento por ocultar la curiosidad había fracasado.
—Me gustan los juegos de estrategia —respondí.
—Entonces, ¿qué haría en esta posición? —me dijo señalando uno de los tableros. —Juegan negras y ganan.
Analicé la posición y a los pocos segundos respondí:
—El mejor plan de las negras sería coronar el peón de d2 y obtener una dama, pero no puede porque el caballo blanco de b2 se lo impide. Creo que la jugada es 1. … Db3, apoyando el avance del peón.
—Es un buen plan, pero es un plan lento —replicó con firmeza—. Primero, debe sacrificar su dama y capturar el caballo blanco. 1. … Dxb2.
—Pero está protegido por el alfil – repliqué -. Las blancas responderían 2. Axb2.
—Exacto. Y ahora, el peón corona y obtenemos la dama. 2. …d1D# Jaque mate.
Asentí en silencio. El metro aminoró la marcha.
—Esta es mi parada. Quédese el libro, le será útil. Y nunca olvide que el objetivo en una partida de ajedrez es dar jaque mate al rey.
Se levantó y se fue. Y con ella, el aire misterioso que la envolvía.
La siguiente parada era Sagrada Familia. Me levanté del asiento y me puse la chaqueta. Noté algo en el lugar que ella había ocupado: un rey blanco con detalles dorados. Su diseño era elegante, único, como su dueña. Lo guardé en mi bolsillo.
Salí del metro y subí las escaleras de la estación. Caminé por la Avinguda Gaudí hasta el portal n.º 15. Mis compañeros esperaban fuera.
—Buenos días, inspector Tuchet.
—Buenos días —saludé.
Notaron el libro en mis manos y guardaron silencio.
Subí al segundo piso y crucé la puerta n.º 2. Dentro, el ambiente era tenso. Documentos esparcidos, rastros de sangre… y en medio de todo, una pieza de ajedrez: un caballo blanco con detalles dorados. Su diseño era elegante, único.
Llevé la mano hasta mi bolsillo y saqué el rey. Lo miré fijamente. Un escalofrío me recorrió la espalda.
—Inspector —dijo uno de mis compañeros, con voz tensa—, ¿qué significa esto? – dijo señalando la pieza en mi mano.
No tenía respuesta, solo una certeza: aquel era el mismo movimiento que había comentado con la mujer minutos antes en el metro. Ahora, el caballo blanco ya había muerto. La próxima jugada: dar jaque mate al rey.