Si lo dejo todo mañana

Sara Moratona

Un mes al año me lo paso viajando, exactamente 32 días, pero no explorando o como turista, sino viajando, a veces de pie, a veces sentada y, por desgracia, otras embutida en el mogollón. "El mogollón" de los que vamos a trabajar o estudiar, o a cumplir con cualquier otra obligación que te depara la vida. Y aquí estoy, en otro de los viajes diarios, sentada, viendo mi reflejo en la ventana de delante que, con la oscuridad de los túneles, uno se ve a sí mismo con claridad, incluso demasiada. 


 


Las ojeras del día, la inexpresiva del rostro fruto del cansancio, y mi mente dando vueltas a debo hacer esto, tengo que mirar aquello, voy tarde para esto, aún queda hacer lo otro... tengo, debo, debería, aún... ¿Cómo es posible estar sin parar, pero sentir que llegas tarde a todo? Cada minuto es una ansia; si se te cierran las puertas del metro en las narices, esperar tres minutos se te convierte en un infierno. ¿Cuándo nos hemos vuelto de esta forma?


 


¿Cuándo hemos empezado a vivir tanto en automático? Sin pararnos a sentir, sin pararnos a vivir.


¿Qué ocurre si lo dejo todo mañana? Si simplemente me deshago del deberías, tendrías que... Lo suelto como un peso muerto, una ancla que me impide avanzar. Porque al final, hemos venido a vivir, no hay meta, no hay debería, no llegas tarde. El fin es la muerte, y como tal todos vamos a llegar, no importa cuántos "tengas" tengas en tu lista, si vivir consiste en vivir y donde nos queda por llegar es la muerte.


 


Entonces el camino o el viaje debería ser la felicidad.

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