Extraños conocidos.

Diego L.

Mientras bajo las escaleras de la L3, en Plaça Catalunya, llega el metro; sin tener que acelerar el paso entro y me dispongo a esperar hasta que llegue a Fontana.


 


Creo que el señor canoso del fondo no para de mirarme. ¿Es a mí? Llevo años coincidiendo con él: unos 65 años, canoso, algo estropeado, siempre bien vestido y con su maletín de cuero negro. 


 


Empieza a caminar en mi dirección, me inquieta. Se para a un palmo de mí y abre su maletín. No entiendo nada. ¿Un día le miré mal y ahora quiere ajustar cuentas? Saca una carta, y con una tímida sonrisa, me dice:


 


—Para ti.


 


Intento comprender por qué este señor ha decidido que, de entre toda la gente del vagón, esa carta tenía que ser para mí. La cojo y, con las mismas, se da la vuelta y se baja en Diagonal. No he sido capaz de reaccionar y preguntarle.


 


He pasado toda la jornada pensando en la carta, por fin llego a casa y la abro:


 


“Espero que disculpe el atrevimiento. Mi intención no es otra que invitarle a mi encuentro de Extraños Conocidos. Será un honor contar con su presencia. Anímese, lo pasaremos bien.


22/02, Carrer del Mestre Nicolau, 16, 13:00 h, cerca de parada Plaça Espanya.”


 


¿Se me escapa algo? Esto está siendo muy extraño. La fecha es en semana y media. ¿Será alguien que celebra su cumpleaños con desconocidos? Decido dormir y preguntarle mañana en el vagón.


 


Al día siguiente, el señor no cogió el metro. De hecho, no he vuelto a verle. La fecha ha llegado y no sé qué hacer. Todo me dice que lo más sensato es no ir, pero no tengo nada mejor que hacer y me da curiosidad.


 


Llego a la dirección;  delante, ocho o nueve personas tan perdidas como yo. Se abren las puertas y un educado camarero nos invita a pasar. Parece un lujoso restaurante. Al fondo de la sala está el señor del metro, sentado en una gran mesa redonda. Todos, salvo él, seguimos desconcertados. Nos pide educadamente que nos sentemos. Mientras los camareros sirven bebida y comida se pone en pie y habla:


 


—Gracias a todos por venir. Siento el desconcierto que os haya podido provocar mi invitación, os explicaré todo lo que está pasando. 


 


Todo un detalle por su parte.


 


—Hace unas dos semanas, después de 40 años trabajando en el mismo lugar, me jubilé. Hice una gran fiesta con compañeros y familiares, lo pasamos muy bien y fue realmente emotivo, aún sigo emocionado, de hecho.


 


Sigo sin entender qué hago aquí. ¿Se habrá confundido de persona?


 


—Desde ese día no he dejado de pensar en algo: durante 40 años, he cogido todos los días, a la misma hora, la línea 3 del metro. En todos esos viajes, he visto vuestras caras en más ocasiones que las de algunos de mis amigos o familiares. Muchas veces he jugado a adivinar qué tipo de personas seríais, qué gustos tendríais o cómo sería vuestra vida. Os parecerá una locura, pero en cierto modo os tengo cariño. Por eso estáis hoy juntos aquí: sois mis extraños conocidos.


 


Me esperaba de todo menos esto, ahora el que está emocionado soy yo.


 


—En fin, todo esto es porque no quería despedirme de mi rutina sin, por fin, conocer a las personas con las que, aunque de forma fortuita, he compartido tanto tiempo. Puede que sea la última vez que nos veamos, así que brindemos. ¡Por la línea 3, y por los extraños conocidos!


 


Alzamos las copas. Al final dejamos de ser extraños.


 


 

T'ha agradat? Pots compartir-lo!