En cien años

Roni

Conocí a mi mejor amiga Yuiko en la Universidad y nos hicimos amigas al instante. Había entre nosotras una afinidad idílica. Ella me contaba sus historias de Japón, el hilo rojo, los haikus, su creencia en la reencarnación como budista o cómo era llevar un kimono. Yo la ayudaba en aquello que necesitaba para entender la vida aquí.


Compartimos y trenzamos las estaciones.


Los amores que nos desangraron.


Los días de juventud que se apagaban.


Los fuegos que nos consumieron.


Las lluvias que nos crearon.


 


Cuando al final volvió a Japón yo ya vivía en Barcelona. Cogió su avión desde aquí solo para despedirse de mí. La última vez que nos vimos fue en el metro. Sabíamos que sería una despedida de por vida. Que la distancia y el tiempo haría que nada fuera igual. No estaríamos al otro lado del pasillo, ni nos reuniríamos cada día para cenar.


Yo lloraba, pero ella se mantenía alegre. La última vez que la vi me besó y abrazó dulcemente, como solo hacen las amigas y me dijo: Estoy convencida de que en la próxima reencarnación podremos estar juntas.


Algo de aquella dulzura,


algo de aquella promesa,


algo de aquella amistad,


debéis sentir cuando caminéis en esa parada.


En cien años vendremos a recogerlo juntas,


como dos amigas que se encuentran


donde antes se habían perdido.

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