Fontana
Creo que el ser humano tiene la capacidad de ver las pequeñas cosas que a simple vista parecen imperceptibles, solo hay que prestar atención y dejar que nos guíen a lo que nos quieren mostrar. Esto es lo que le pasó a Sara una semana de enero en la línea L3 de metro.
Todo sucedió un día que subió al metro de Fontana. Era una mañana lluviosa, iba tarde, como siempre, picó el billete y bajó las escaleras lo más rápido posible. Tuvo la suerte que justo llegaba el metro. Entró como una bala y cuando las puertas cerraron y el tren empezó a circular, vio de reojo como había un pequeño objeto en el banco de la estación. Por un momento pensó que alguien se había dejado algo pero no alcanzó a ver qué era. Pensó, "Ah, seguro es un paraguas que alguien se ha dejado, con la que cae...". Pero el objeto era demasiado pequeño para ser un paraguas. Sin darle más importancia, siguió su trayecto y se puso los cascos para escuchar música. Su día trascurrió como cualquier otro.
Al día siguiente, volvió a subir al metro justa de tiempo. Esta vez había salido el sol. Se giró hacia la puerta y de refilón alcanzó a ver de nuevo el objeto diminuto en el banco. Se pegó al cristal para ver qué era y la gente de alrededor se quedó mirándola. Esta vez vio algo más. Parecía un pequeño objeto, muy diminuto, puntiagudo y color marfil, que se erguía en medio del banco. Se giró pensando que el día anterior había visto lo mismo. Pero justo el metro entró en el túnel. Resignada, se sentó y conectó sus cascos.
Al día siguiente, sintió curiosidad por lo que había visto los días anteriores y decidió salir antes de casa. Al bajar al andén de Fontana, esperó que la gente subiera al metro, se acercó despacio a los asientos vacíos de la estación y miró con curiosidad. No había nada, incluso se asomó por debajo de los asientos disimuladamente. "Qué raro", pensó. Sonrió pensando que no tenía sentido lo que estaba haciendo, movió la cabeza en señal de negación y subió al metro que acababa de llegar. Se giró y miró de nuevo los bancos.
Para su sorpresa, un señor de mediana edad acababa de sentarse en un banco del andén y estaba sacando unas piezas de ajedrez exactamente igual a la pieza que había visto días atrás. Sin pensarlo, bajó rápidamente antes de que se cerraran las puertas y se acercó al señor. El señor levantó la mirada pero no pareció sorprenderle porque señaló las piezas y dijo, "Veo que te fijaste en las piezas de ajedrez". Sara, aun sorprendida de sí misma, asintió con la cabeza y se sentó a su lado. El señor sacó un tablero de ajedrez y lo colocó en el banco. "Yo también estoy aquí por el centenario", dijo. Sara le preguntó, "¿El del metro?". El señor asintió y sonrió. "Ha coincidido que también inventé hace 100 años la apertura catalana de ajedrez, justo me desplazaba en este metro para acudir al torneo de ajedrez de la exposición universal de 1924". Sara le escuchó atentamente y dijo, "¿Hace 100 años? No se ve como alguien de 100 años. ¿Cómo se llama?". El señor sonrió y contestó, "Me llamo Savielly Tartakower."
Y de repente el despertador sonó. Sara, asustada y confundida, apagó el despertador y miró a su alrededor. Estaba en su habitación. Era por la mañana. Con un suspiro pensó que obviamente solo podía ser un sueño. Se arregló y una vez en el metro, miró los bancos del andén con nostalgia y mientras sacaba los cascos de música del bolsillo, notó algo en la mano. Era un objeto. Curiosa, lo sacó y lo miró. Era un peón blanco. Cerró la mano con fuerza y sonrió.