Cómo transformar angustias en un cuento de hadas2

Kilian Terranova

El metro avanzaba con el bamboleo de un ciempiés y yo a su lomo. El recuerdo de ella era una ogresa que me perseguía por el túnel. Evocaba cebolla cortada; ojos rojos e hinchados, la incredulidad espantosa de su traición iba rodando por mis mejillas y caía en manchas redondas al suelo de vinilo. El metro y yo seguíamos nuestra marcha por la oscuridad, y los recuerdos rugían. Me vinieron como un flash todos esos días que la creí cuando ponía su mejilla en la mía y me susurraba “te quiero”.


El metro paró con una sacudida. Me había ido corriendo de su guarida con mis enseres que ahora recogí y me bajé. Quería seguir corriendo. Torpemente cargado, arrastré todo a la calle. No tenía adónde ir excepto la cueva de mi piso, y ahí no podía quedarme mucho tiempo. Llegué a casa, dejé todas las bolsas en una pila en la entrada, y empecé a darle vueltas. Necesitaba transportarme.


Durante las próximas horas estuve contemplando. En mi mente un mapa 3D de la metrópolis se había desplegado y recorría los escondrijos más obvios:


¿Irme al sigloVI aC? L9N ¿al Poblat Ibèric?


¿Al futuro? L9S ¿A maravillar ante el desfile espectacular de máquinas voladoras gigantescas en El Prat?


¿A 1939? L4 ¿Los búnkeres?


¿2005? L1 ¿Al Mirador de la Torre Agbar?


 ¿A 1781? L3 ¿El romance del Laberinto de Horta? - ¡A la porra con el romance!


 ¿A las Olimpiadas del ’92? L4 ¿la playa?


 …Espera. ¡Otro ’92! ¡Sant Jeroni de la Murtra! L9N El monasterio recóndito donde Fernando el Católico se recuperó de la cuchillada que casi le reclamó la vida.


Era tarde, pero mandé un correo para reservar para el día siguiente e hice la mochila.


A primera hora de la mañana subí al metro que zigzagueó por los túneles como una oruga gigante.  Estaba encapsulado por debajo de la tierra por lo que sintió como mucho tiempo, hasta un pitido fuerte interrumpió la duermevela: Fin de trayecto. Por favor baje del tren.


Emergí. Al principio, el sendero entre las montañas parecía desolado, pero pronto sentí los espíritus de peregrinos pasados aunque el tiempo había borrado sus huellas. Durante cuarenta minutos también me acompañaba un gorjeo jubiloso de pajarillos que revoloteaban a mi alrededor. Al final, giré una curva y el Monasterio emergió del valle como un espejismo. A cada paso crecía de la tierra como la planta de las habichuelas mágicas. Al llegar al portón, el guardés estaba esperándome. Me saludó por mi nombre - ‘he visto tu correo’ - y me invitó a pasar.


Dentro la paz era tan palpable y densa como el perfume de las flores. Aquí estaban reposando los Reyes Católicos cuando llegó Colón a informarles del éxito de haber hallado una ruta occidental a ‘Las Indias’…els Indians, industrialistas, El Modernisme. Me dio un escalofrío el peso de aquel momento catalizador y la historia que rezumaba.


El orgullo y el cariño por el lugar le rebosó al equipo de mantenimiento, que paró su trabajo para enseñarme detalles especiales. El jardinero anciano me llevó por los jardines hablándome de cómo él había vivido el paso de los años ahí. Vi la belleza de un superviviente en los parches del edificio, sus cicatrices, que marcaban su rol durante diferentes épocas.


Compré unas cerezas ecológicas de su huerta, una guinda, y retomé el sendero largo. La oruga estaba en la estación, esperándome para ese y otros días que necesitaba una metamorfosis de ánimos. Había días en que la ogresa seguía persiguiéndome, y las paradas pasadas quedan grabadas en la memoria, pero la felicidad llegará al elegir la próxima parada. 

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