Solo una salida

JC

Nunca había escrito en serio. Alguna redacción escolar, uno que otro cuaderno comenzado con entusiasmo y olvidado al tercer intento. Pero cuando leyó sobre el concurso de relatos cortos del Metro de Barcelona, le pareció que el trayecto mismo podía dictarle algo. A falta de ideas, tomó la L1 en Hostafrancs y se sentó en el último vagón, como si el movimiento pudiera arrancarle un comienzo.


No llevaba auriculares. Prefería escuchar. El traqueteo del metro, la voz metálica de las estaciones, el flujo de turistas que subían y bajaban. Le parecía que todo eso, con suerte, podía convertirse en literatura. Pensó primero en escribir alguna historia de amor, casual, inevitable. Luego en un reencuentro familiar, una hija que reconocía al padre por el modo de sostener el libro. Trató de construir juegos de palabras entre el catalán y castellano, sin mucho resultado, los idiomas no eran lo suyo.


Entonces escribió sobre un hombre que volvía del trabajo. Uno cualquiera, estancado en una rutina. Quizás parecido a él. Eso hizo que dejara de poner conciencia en lo que escribía, y casi cayera en un trance literario. Las frases emergían sin voluntad, como si no salieran de él, sino de algún lugar donde ya estaban escritas.


Cuando el tren frenó de forma brusca cerca de Urquinaona, levantó la vista, como si algo lo hubiera despertado. Bajó los ojos y releyó lo que acababa de escribir.


Era otra cosa. No una historia. No ficción. Lo que había allí, lo que aún podía leerse entre las líneas, era una confesión. Un empujón, un rostro. Sus propios nudillos chocando contra la cara de otro, y esa misma sensación en sus nudillos ahora. Los recuerdos venían en ráfagas borrosas, entre ellos el sonido sordo de una cabeza golpeando el plástico de los asientos, y que nadie había hecho nada. “Todo por un cigarro”, había escrito sin darse cuenta.


El olor también volvió. Ese olor inconfundible, de alguien que no importa, alguien que la ciudad esquiva, alguien que no es nadie. Alguien como él. Recordó la borrachera de esa noche, la confusión, el frío, la forma en que intentó no pensar en lo que había pasado. Lo había hecho. O no. Pero quiso hacerlo. Y ese querer era lo que más dolía.


Subió la mirada y la mujer de enfrente lo miraba. Tal vez había leído lo que había escrito. Se asustó. Lo tachó con furia. El bolígrafo atravesó la hoja. Un hombre frunció el ceño, pero volvió a su teléfono. Se sintió desnudo. Observado. Pero no de la forma en que siempre había querido estarlo. Pensó que lo habían leído todo.


Se puso de pie, como si el aire ahí arriba fuese más limpio. Intentó calmarse. Miró el panel digital del vagón: los puntos amarillos parpadeaban. Faltaban pocas estaciones para donde se había bajado aquella noche. No quería volver. No podía.


Cuando el altavoz anunció la próxima parada, me abrí paso entre los cuerpos y salí del vagón antes de que fuera tarde.


Y desde el andén lo vi. El cartel rojo. Las letras blancas. La flecha indicando que solo había una "SORTIDA".

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